El río y la ciudad forman una unidad en el tiempo, en la geografía y como no podía ser menos en la historia. Sería difícil, aun para las imaginaciones más privilegiadas, concebir a Zamora y su historia sin el río, y sin embargo la ciudad pocas veces se ha acercado a él para atraerlo y disfrutar de todas las bellezas y de todas las inmensas posibilidades que ofrece. Sólo se le ha tratado con cierta indiferencia y desprecio, en el mejor de los casos como cloaca. Triste destino el que le ha tocado vivir al Padre Duero a manos de sus hijos.

Hace ya más de dos mil años unos hombres organizados, según la base de todo orden y de todo progreso, saltaron sobre sus aguas con las piedras que arrancaron de su mismo suelo y un camino pasó sobre sus aguas, siendo bautizado casi un milenio después de nacer. Y el agua, el milagro y la leyenda se llevaron aquellas nobles piedras, pero nos dejaron sus muñones para recordarnos que no hay que olvidar nunca el pasado aunque sean ruinas, pues solo leyendo en ellas encontraréis el camino que debéis seguir. Corría el reinado del rey emperador Alfonso VII (1126-1157) quien concede a la ciudad huérfana de su río La Puente Mayor y bajo su patrocinio se comienza la construcción de la catedral en 1151. Mandó el Rey comprar unas casas para levantar una iglesia a Santa María Magdalena y los maestros de ribera trabajaron constantes e incansables en levantar azudas y aceñas, siempre el río como una solución y un recurso, pero pocas veces para tratarlo con delicadeza y disfrutarlo a la vez que se le cuida y embellece.

Aunque tarde, la ciudad parece despertar de su sueño secular y ha puesto sus ojos medio soñolientos en el río como un recurso más enaltecido constantemente por los que llegan y admiran su categoría y sus posibilidades. Desde cualquier parte que se mire te lo encuentras, pero además, y como una gracia especial, desde lo alto de la ciudad el río adquiere unas dimensiones nuevas, distintas, adquiere hasta cierta monumentalidad desde el Puente a Olivares, desde los fondos de roca de Santa Marta o desde sus orillas en las que la historia dejó a uno y otro lado vestigios, recuerdos, ruinas, episodios, leyendas, olvidos, sueños, milagros y hasta traiciones, todo eso que el hombre es capaz de vivir y sentir dejando huella. Pero de todo ese inmenso paisaje hay un tramo significativo y destacado: el comprendido entre el Puente de Piedra, la Puente Mayor y las aceñas del Cabildo, como lo demuestra el escudo del "Agnus Dei" sobre el primer tajamar de la aceña bautizada en su tiempo como Torrejona, hoy conocida como Olivares.

Ese tramo, espejo de río, es un escenario natural que está esperando, llamando a voces, un espectáculo de agua, luz

y sonido, donde todas las posibilidades inmensas que estos tres elementos ofrecen lucieran con toda la fuerza de la inspiración y con toda la belleza que pueden ofrecer el agua y la luz, la música y la palabra en un juego de historia y leyenda, juego que enseña, instruye y divierte, mientras va dejando en el fondo del espectador la semilla seleccionada de la verdad. Si además añadimos la noche y los miradores y al conjunto dejamos caer esos silencios nocturnos tan elocuentes cuando son parte de un gran espectáculo, entonces el asunto adquiere proporciones y categoría difícil de superar. Romances y poemas; la poesía como fuente, el teatro como bandera y la historia de fondo, harán vibrar desde los cimientos las Peñas de Santa Marta las evocaciones románticas más cercanas. Agua, luz y sonido, una trilogía que está esperando la mano piadosa que la ponga en marcha en ese escenario fluvial tan singular.