Todo el año es Carnaval, decían los viejos del lugar cuando después de pasar el Entierro de la Sardina, la paz y el sosiego devolvía a los espíritus totalmente alterados por el ruido y la tramoya desatada en los tres días de aturdimiento, de violencia dialéctica, de cambios de forma de espíritu y de criterios.

Después de esos tres días calenturientos al volver a la plaza y a ese día a día, lento, firme, pesado, pero claro, orientado, bien dirigido, aunque no siempre llegue a la meta, queda en la resaca una parte que mueve nuestra máquina de pensar. Nos dice: observa, mira bien, no te distraigas y fíjate, porque en medio de tanto ruido, de tanta bagatela y de tanta sandez y polvareda hay cosas válidas que hay que recoger, pensamientos dignos, ideas que limpias y adecentadas en otras manos pueden ser motivo de tenerlas muy en cuenta.

No todo es jolgorio vacío, siempre hay algo más y ese algo más hay que aprovecharlo aunque sea en Carnaval.

Si tuviésemos que añorar el Carnaval, lo asentaríamos en nuestras tierras sobre tres pilares fundamentales: la máscara, la murga y el disfraz, tres aspectos en los que podemos señalar tres manifestaciones de la personalidad humana, en ese "todo el año es Carnaval".

Una de las grandes manifestaciones o formas del carnaval es la máscara, ese afán de la personalidad humana de dejar de ser para pasar a ser otra cosa distinta. Quien se siente incómodo consigo mismo se permite tres días al año a manifestarse de forma distinta. Acaso esa máscara elegida por un adulto nos diga qué late en el fondo de su personalidad y cuáles son las deficiencias que acusa en su personalidad a la hora del día a día. La máscara nos define, aunque cada mañana al salir a la vida salgamos ya con ella puesta, por eso de "todo el año es Carnaval". Y de hecho, para mucha gente lo es y lo es a lo largo y ancho de su vida.

Nada digamos de la murga. Todo tiene cabida en ella como grupo y en ella se aúnan en armonioso contraste las fuerzas dispersas del individuo, dando lugar a enfrentarse con todo aquello que rompe cualquier convencionalismo más o menos cercano, muchas veces centrado en determinados personajes como símbolos de ideas o grupos, la música y la letra son parte fundamental de la murga y la inclusión de esas dos influencias artísticas le da una influencia y una trascendencia más efectiva. Muchas veces la murga representa y define a un grupo con más precisión que con la que lo haría el más sagaz y hábil crítico.

Y nada digamos del disfraz, en el que hemos de distinguir dos aspectos. El primero por lo que de crítica puede llevar, representar y criticar, muy fácil de distinguir y de entender, pero aún queda una segunda secuencia: lo que de personal tiene para quien lo lleva.

Muchas veces en los gestos más insignificantes y en las actuaciones más simples nos definimos, para un observador perspicaz. El disfraz lleva consigo varios mensajes, pero que no olvide nunca el disfrazado que también él va dejando su propio mensaje bajo el disfraz. Casi nadie nos escapamos a lo largo de nuestra historia de haber hecho el Carnaval. Una fiesta que lleva y deja mensajes, que no siempre queremos entender y menos estudiar. Los antiguos nos marcaron la pauta, pero nuestra vanidad es tanta que lo hemos convertido en jolgorio. Pero el Carnaval es algo más, mucho más que jolgorio.