Ya están las administraciones de las cofradías pasando los correspondientes recibos y comienza a moverse la máquina silenciosa que pone en marcha la organización de desfiles procesionales. Todo esto sin ruido, sin túnicas, medallas ni caperuces, sin barandales y sin presidencias, en silencio, como se gestan las cosas grandes, nobles y con entidad.

Hace ya semanas se celebró en el Club de la Opinión un primer debate sobre el Museo de la Semana Santa, un tema trascendente que de inicio exige puntualizaciones y decisiones. Un trabajo publicado en

el Correo de Zamora en su página dos del día 30 de enero del año 1904 que habla de la enorme riqueza que atesoramos y del miedo y peligro de dispersión, de desaparición. Habla de murallas, de monumentos, de joyas, de tapices, de arte en general, habla y cita colecciones y nombres ya famosos en aquel momento en el que ya por otras latitudes y otras mentalidades han comenzado a defender esos ricos patrimonios.

Habla de las corporaciones provinciales y locales en cuanto al ciudadano y defensa de esos patrimonios. Así, dice contra el extravío, malos tratamientos y demás vicisitudes que la injuria del tiempo y de los hombres puedan hacer sobre los objetos muebles o inmuebles dignos de ser conservados y estudiados, hay muy buenos mandamientos en la Real Orden de 10 de abril de 1866, en que se rogaba al clero por medio de sus diocesanos que no dispusieran de los objetos artísticos de las iglesias sin consultar a las corporaciones facultativas y de la de 16 de diciembre de 1873 a todo el mundo para evitar la destrucción de los edificios, murallas, etc. Sin la citada consulta hemos tenido dolorosas experiencias, contestará a quien se quiera preguntar.

Este párrafo del artículo es tan sugerente que nos mete de lleno en una parte muy importante de nuestra historia. Las citas de las dos fechas, 1866 y 1873 salen tímidamente ante el desastre que diez años antes se había cometido con la última etapa desamortizadora que se llevó por delante todo cuanto encontró a su paso y la relación en nuestra provincia sería interminable.

Se habla de edificios, de murallas. Nada hemos respetado y hace muy pocas décadas hemos permitido la destrucción de auténticos monumentos sin que nadie levantase la voz. Miserable silencio que define a instituciones y personas, sin distinción de clase, género o categoría, como diría un castizo.

El autor apuntaba hacia la urgencia de crear un museo que salvase todo lo posible. Larga ha sido la gestación de los que tenemos y esperemos que la gestación de esa urgente necesidad de uno para la Semana Santa no se cuente por décadas, que suele ser la medida más usada en las ciudades fortaleza, en la que ni siquiera se han respetado sus defensas. Programas, calendario, firmeza y, sin ninguna duda, se cumplen las dos primeras partes si la tercera se mantiene. Aunque mantener ésta a base de vanidad, de gorgoteos dialécticos o de sesiones de dialéctica vacía hace difícil, muy difícil, dejar de contar la gestación de nuestros proyectos por décadas. Esperemos que alguien sea capaz de romper esa mala costumbre en nuestras instituciones.