Lo del cambio climático no es para tomárselo a broma. Ni aquí, ni en el Artico ni en el Antártico están las cosas como para hacer chanzas a costa de un hecho que puede hacer muy difícil la vida sobre el planeta Tierra. Y no hemos avanzado lo suficiente en materia espacial como para aventurarnos a buscar nuevos horizontes fuera de este globo que nos ha visto nacer, crecer y atentar permanentemente contra él sin que hasta ahora nos hubiera enseñado los dientes. Esto no es una película de ciencia ficción con Harrison Ford en el papel de salvador del globo terráqueo. Ni tenemos una flota de naves que nos ponga a salvo en caso de que la madre naturaleza se despendole y decida castigar a sus hijos, nosotros todos, por las barbaridades cometidas y por cometer. La salvación está en la propia Tierra, sólo que este planeta necesita habitantes más concienciados con el problema que es cosa de todos, no de unos pocos.

El cambio climático lo está cambiando todo. Incluso está cambiando el vino. No es que se produzca el milagro al revés, es decir, que el vino se torne agua, es que puede llegar a poner las cosas muy serias a los productores. No les va a ser suficiente con conocimientos, experiencia y saber en general, si el clima no colabora mal va el asunto del vino que hasta ahora no ha ido mal del todo. El clima cambiante que tenemos por efecto de la mano del hombre influye en la mejor bebida cardiosaludable que se conoce de muy distintas maneras, a saber, vino con más graduación, vendimias antes de tiempo, más plagas en la vid y caldos con menos ácidos y más difíciles de conservar. La cosa se pone seria para la industria del vino. Pero es que, y es una obviedad, el vino se hace con uvas en cuyo crecimiento influye sobremanera el tiempo, la temperatura del sol, la radiación solar y la humedad, parámetros a los que está afectando de manera incuestionable el cambio climático.

Como para que sigamos burlándonos del tema y tomándonos a risa lo que hace tiempo tuvimos que habernos tomado en serio. Solo nos faltaba que el vino se echara a perder. Pero, a ver, los cambios hacen que suba la graduación alcohólica porque se acumula más azúcar en las uvas, que es lo que la levadura transforma en alcohol. Y si baja la acidez es porque el calor disminuye la cantidad de ácido tartárico, sube el PH

y aumenta el potasio en vino y uvas. Una catástrofe para la industria de unos caldos que, afectados por un tiempo adverso, se pueden hacer más empalagosos, guardar menos y tener un mayor riesgo de contaminación microbiana. Ahora le ha dado al tiempo por hacer de las suyas, o lo que es igual, llover cuando no toca, hacer sol cuando tampoco toca, helar cuando le da la gana y así sucesivamente, y en esa sucesión es donde afecta a cultivos como el de la vid con todo lo que la vid representa para un sector tan importante en España. Hay varias zonas vinícolas del país que sufren considerablemente los cambios que son un hecho. Cambios que favorecen la aparición de plagas que dan al traste no solo con este cultivo sino con todos los demás, al topillo y a la polilla de la mosca le remito.

Me gustaría remitirle a cosas mejores pero de donde no hay no se puede sacar y encima, nosotros todos, unos en mayor medida que otros, seguimos empeñados en jorobar la tana y propiciar el cambio climático con nuestros hábitos, con nuestras costumbres nada aconsejables para la supervivencia de un planeta, la Tierra, herido de muerte, aunque todavía a tiempo de ser salvado. Sólo que no hay voluntad de hacerlo.