Los periodistas no tenemos perdón de Dios: ayer nos dio por festejar al patrón, San Francisco de Sales, trabajando el doble, en vez de hacer novillos. Gracias a que el obispo nos invitó a desayunar en el Seminario para recordarnos que hay que pedir protección al patrón en las duras y en las maduras. Máxime cuando se avecinan unas elecciones de las que habrá que informar con coraza, a la vista de lo sucio que está el gallinero. El de Sales era un santo, narra la hagiografía, que en su lucha incesante contra el calvinismo escribía por el día hojas clandestinas y las metía por debajo de las puertas, de noche. Y debía escribir bien, pues los franceses le tienen en el altar de sus clásicos. Dicen que al morir le encontraron en la hiel 33 piedrecitas, señal de los esfuerzos que tuvo que hacer para vencer su temperamento colérico de juventud. No me extraña: esta profesión nuestra es de úlcera y de cielo ganado.