La moda de la semana es hablar bien del Rey y de Iker Casillas. De uno, porque la parafernalia oficial no encaja las críticas a la Corona y ha decidido poner a voltear el botafumeiro antes de que se derrame la primera gota de sangre azul; del otro, porque no encaja goles: en el caso del guardameta del Madrid los que le coronan a golpe de incensario son los periodistas deportivos, dueños en este país del halago hiperbólico. El otro día le escuché decir a un periodista reputado de las ondas que Iker es el mejor cancerbero del mundo. Lo peor que se le puede llamar a un portero de fútbol es cancerbero, que es como decirle mala bestia de dientes afilados, guardián de las puertas del infierno estigio de los clásicos. Con esa carita de querubín, Casillas pasaría antes por un San Pedro con rodilleras que por el perro de presa de las calderas de Pedro Botero. Amén.