Ingeniosa "boutade": Con una nariz perfecta Cleopatra hubiera cambiado la suerte del Imperio Romano. A veces los efectos no guardan proporción con las causas. En el orden personal, no nos paramos a considerar la razón o la sinrazón de actitudes determinadas. Hoy se cumplen años de la festivalera proclamación de la Segunda República. Pocos rechazan que aquel 14 de abril mereció ser señalado con piedra blanca; sin embargo, resulta muy controvertida y con escasas probabilidades de acuerdo la etapa republicana; unos la condenan por desgraciada y penosa, otros la consideran fecunda y esperanzadora y nadie la defiende como ejemplar; sólo la ignorancia voluntaria y el rencor enquistado invitan a repetirla. Pero los escaldados temen las repeticiones.

A pocos zamoranos les gustaría revivir la experiencia semanasantera de 1936. Ese año las calles de Zamora no se prestaron a la emoción de los desfiles procesionales; los pasos quedaron recluidos en los templos. Recuerdo mi desilusión, disgusto y rabia porque me robaron mi soñada Semana Santa. Era mi primer año en el Seminario. Un seminarista que se divertía cuando los chicos le gritaban "cangrejo a medio cocer", en razón de la beca escarlata; un crío ocupado y contento con el "lego, legis", no se molesta en razonar cuando las cosas se complican; no salieron las procesiones; algunos compañeros me dijeron que los republicanos tenían la culpa; ¿por qué -pensé- les había votado mi abuelo? He buscado inútilmente en amarillentos papeles el motivo concreto y determinante de tamaña anomalía en la Zamora de raíz levítica y de tradición semanasantera. El señor gobernador no encontraba explicación válida a la actitud de las cofradías pues ninguna se atrevió a sacar los pasos a la calle. Parece que la hipocresía no es condición negada a los Poncios desde que el primero se lavó las manos; debió suponer el gobernador -si lo supuso no lo dijo- miedo, temor y preocupación por la seguridad de los grupos escultóricos. Todo el mundo -en el que parecía de cajón incluir al gobernador- sabía que con el triunfo electoral del Frente Popular había tomado nuevos brios la programada persecución religiosa patente en la quema de conventos y templos. En la sesión parlamentaria del 15 de abril, Calvo Sotelo replicó con cifras el discurso de tono tranquilizador de Azaña: Desde el 16 de febrero al 2 de abril 36 iglesias fueron asaltadas;106 quemadas de las que la mitad quedaron enteramente destruidas. Tercer acto del mismo drama; la quema de iglesias y conventos iniciada en mayo de 1931, continuó en la revolución de Asturias. El panorama nacional, ciertamente desolador, no abonaba la engañosa petición oficial de confianza. Cabe imaginarse que el prudente temor de las cofradías evitó que alguna procesión terminara como el Rosario de la Aurora. Pero la supresión de las manifestaciones exteriores de la Semana me dejó un duradero resabio antirrepublicano. Para presenciar las procesiones habían venido del pueblo mi abuela Ignacia y mi tía Ferina que en la posada La Polar rumiaron su desconsuelo: ¡Los muy "indinos"!, comentaban. Los "indinos" eran ya lo habrá adivinado el lector, aquellos republicanotes: todos, sin excepción: y un muchacho aguanta mal el contagio.

A pesar de todo, aquel año y en Zamora los actos conmemorativos de la Pasión en el interior de los templos dieron lugar a una consoladora eclosión de fervor popular según recogía con satisfacción el diario católico. "Mas de un noventa por ciento de la población asistió a los cultos", contabilizaba el periodista. Tal vez en aquella multitudinaria asistencia algo tendría que ver, además del fervor popular, un sentimiento generalizado contra el gobernador y sus cómplices. Me atrevo a pensar que el Rvdmo e Ilmo señor obispo, don Manuel Arce Ochotorena se consolaría de aquella anomalía que impuesta por el sectarismo rampante, rompía una gloriosa tradición, secular en su diócesis. No hay mal que por bien no venga.Y los obispos prefieren las seguridades de la liturgia a las manifestaciones de la piedad popular nunca suficientemente aseguradas contra desviaciones. De cuando en cuando, no viene mal una palabra exigente, correctora y... comprensiva.