Recibo una carta desgarradora de una madre de Zamora que ha perdido a dos hijos acuchillados por el filo helador de la droga. Una mujer iletrada, a la vista de la calidad de su escrito, pero valiente, a la luz de sus denuncias, que acusa con nombres, apellidos e incluso apodos, a los responsables del trapicheo en Las Llamas. Su relato inconexo estremece y certifica una evidencia: la mayoría miramos hacia otro lado para no presenciar la puesta en escena de un drama que se engangrena y cuesta vidas que no nos inmutan porque son anónimas. Cuenta la carta cómo en el poblado de Las Llamas aumenta cada fin de semana la peregrinación de jóvenes en busca de estupefacientes, incluso "niños de 15 y 16 años", en palabras de esta mujer, que ya no tiene nada que perder porque no le queda nada. «Se vende droga, se disparan tiros y se trafica con armas», añade esta zamorana, que asegura haber remitido la misma carta al subdelegado del Gobierno y a responsables de las fuerzas de seguridad. Va siendo hora de quitarse la venda, que no vivimos en los mundos de yupi.