Fue una gran ocasión perdida", afirma Ramón Tamames en artículo recordatorio de las efemérides. El profesor culpa del fracaso a Manuel Azaña (máximo responsable), al desatado extremismo "de libro", a la falta de estadistas y a la acción de los componedores de escenarios políticos... Es más duro y terminante el juicio del historiador, comunista, Antonio Ramos Oliveira: "...las elecciones del 16 de febrero fueron la guerra civil misma"; había prometido Largo Caballero: "...si ganan las derechas, tendremos que ir a la guerra civil declarada". Pero no acierta el historiador al establecer cierta comparación entre la euforia del 17 de febrero y la limpia alegría del 14 de abril: con la proclamación de la República se festejaba la apertura de una vía a la esperanza, mientras que el 16 de febrero media España se había puesto en pie de guerra contra la otra media. Lo cuenta Gil Robles, de la derecha más derecha; "...apenas conocidos los resultados electorales, una verdadera ola de terror se desencadenó sobre España... al terror impuesto por un determinado sector con la complicidad de algunos elementos gubernamentales, respondió la violenta reacción de los perseguidos". En efecto, cerradas las urnas, un furioso vendaval de anarquía azotó pueblos: huelgas, ocupación de grandes fincas, asesinatos de adversarios políticos de uno y otro signo; en suma, una larga serie de dramáticos sucesos a la que nadie intenta poner fin. Nada sucede porque sí y la evocación de estos hechos bien vale como aviso de navegantes: el enfrentamiento enconado deriva en rencor, el peor caldo de cultivo para una política ordenada a la paz. Se agrió la alegría del 14 de abril, y la República se deslizó por el tobogán de los fracasos.

En la estadística del desorden, 1935 podría resumirse en trescientos asaltos. Fue también el año de las crisis: fracasaron tres gobiernos presididos por Lerroux, dos por Chapaprieta y uno por Portela Valladares. Tocaba a su fin el llamado "bienio negro", estéril y vacío que no aportó paz civil ni llevó a cabo reformas de verdadero provecho; en consecuencia creció amenazadora la desesperación de los oprimidos por las agravadas injusticias sociales. Ante la imposibilidad de presidir un gobierno estable, Portela convocó elecciones generales, las últimas de la República. La campaña se desarrolló en son de guerra, como diario desafío entre enemigos irreconciliables. "Todo el mundo pide licencias de armas, decía el director general de Seguridad; más que una lucha electoral, parece que se prepara una caza de hombres". Socialistas y comunistas que en ningún momento aceptaron los resultados electorales de 1933, anunciaban que ahora no admitirían el fracaso. "Y si las derechas no son derrotadas en las elecciones, emplearemos otros medios para su aniquilamiento". El Frente Popular se había propuesto que la jornada del 16 de febrero significara un claro y justiciero plebiscito a favor de los revolucionarios de octubre de 1934, al que sucederían la inmediata liberación de los presos políticos y la exigencia de castigos para los encarceladores. La derecha, por aquello de la inmanencia de la justicia, tenía que pagar sus abultadas torpezas en la liquidación de las responsabilidades por la revolución de Asturias y la sublevación de Companys.

A la "campaña de la furia", contrapuso la C.E.D.A. una atosigante exhibición de medios caros y técnicas de propaganda modernas. En los eslóganes, prepotencia y seguridad en el triunfo: ¡A por los 300! "Estos son mis poderes". Todo para el jefe que nunca se equivoca. ¡Qué cosas! El Papa puede equivocarse cuando no habla "ex cátedra"; pero al jefe de la C.E.D.A. se le atribuía infalibilidad en todo. A pesar de los pesares ganó el Frente Popular, aunque no en todas las ciudades; en Zamora, las derechas les doblaron el número de votos. "Legislábamos ayer", pudo decirse Azaña triunfante, otra vez jefe del Gobierno; se reanudó la legislación anticatólica, fueron prohibidos los actos religiosos en centros hospitalarios y, por segunda vez, fueron expulsados los jesuitas. Al día siguiente de las elecciones, había comenzado la segunda serie de la quema de templos y conventos; la primera se desarrolló en los primeros meses de la República, y la tercera, la "más completa", en los días de la guerra civil.

Me dice Anabel Almendral que me lee porque suelo contar vivencias. Cumplo como viejo aquerenciado a sus batallitas. ¿Qué recuerdo del 16-F de 1936? Pues que en el Seminario pasamos la jornada rezando ante el Santísimo por la Iglesia y España. El rezo, evidentemente premonitorio, no alcanzó nuestros deseos. Una murga carnavalera parecía tener la pista: "El 16 de febrero fue Jesucristo -y a los santos avisó: en España hay elecciones- y habrá opiniones de distinta condición. Los ángeles le responden: -Se hará lo que digas tú, mas no olvides que la C.E.D.A. te crucificó en la Cruz". A veces una copla es más eficaz que mil editoriales.