El otro día me pararon las águedas de Zamora cerca de la Plaza Mayor y me pidieron el aguinaldo. Yo se lo dí, faltaría más, porque a ver quién es el guapo que le niega a una mujer con mando en plaza. O peor aún, a un grupo de ellas, armadas con sus trajes típicos, que son como trajes de campaña, y sus cantares de sátira; con el desparpajo que se gastan y el morro que le echan. Morro a la zamorana. Si hasta el alcalde les cede el bastón municipal cada 5 de febrero por la cuenta que le tiene... A Santa Agueda, patrona de Catania, Quintianus, gobernador de Sicilia, ordenó que le cortaran los senos por no ceder a su concupiscencia. No contento con semejante acto de salvajismo, mandó que depositaran su cuerpo, virgen y mártir, sobre carbones encendidos. Conocí a un tipo de Salamanca que hace años, en la vecina ciudad, se puso gallo, se encaró con las águedas y le cortaron la cresta: le rodearon unas cuantas, le bajaron los pantalones y le dejaron al aire sus vergüenzas. Amigos, en cuestión de águedas, sigan mi consejo: en mi casa se hace lo que yo obedezco.