En cada etapa de la vida de una sociedad se imponen por propia inercia de la costumbre, de las novedades o de las corrientes, unas veces propias del desarrollo, otras de la economía y siempre de la política influyen de tal manera que comienzan a adquirir carta de naturaleza una serie de vocablos, que si en un principio tuvieron un determinado y muy concreto significado, contaminado por el ambiente adquieren otra dimensión.

Esta nueva dimensión de un vocablo totalmente inofensivo en sus principios y en su origen, se lea da una nueva que llega a ser despectivo como mínimo y en casos muy generalizados a convertirse en auténticos insultos. Cuando no hay ni capacidad categórica ni argumentos para definir a quién van dirigidos este otro nuevo aspecto que se incluye sin darnos cuenta en el lanzamiento de esos vocablos contra nuestro interlocutor, comportamiento que se manifiesta desde el tono al gesto y desde la cara a los ojos.

Gesto y mirada acompañando a un vocablo al que hemos conseguido inyectarle una fuerte dosis de desprecio y de agresividad constituye un auténtico insulto, como si con ese vocablo quisiéramos descalificar, definitivamente a nuestro interlocutor. Siempre me ha llamado la atención eso de derechas e izquierdas, que no dudo tuvieron un significado muy determinado y concreto hace casi un siglo, pero que hoy, cuando se aplica con esa frecuencia y esa facilidad tan corriente, no me dice nada, y sí me dice de quien lo utiliza y emplea, no por su capacidad de síntesis sino su incapacidad para argumentar con claridad y contundencia frente a aquel a quien va dirigida.

Si de estos tan simples vocablos seguimos con la lista desde facha a franquista, desde intolerante a radical, desde agresivo a rojo, tan frecuente y tan peligroso en épocas pasadas, la verdad es que esto tan sencillo que pasa a veces desapercibido es una definición muy pobre y crea un poso que entre los humanos es difícil borrar.

Nadie se sentiría en peligro, por ejemplo de que nos soltaran un salivazo frente a la posibilidad de un tiro en la nuca. El ejemplo, que parece demasiado exagerado, no es nada más que eso y un tema de meditación ante esa facilidad y hasta esa complacencia en utilizar frases que se lanzan con tanta alegría para definir al interlocutor, al contrincante.

Se ha dicho muchas veces y lo pienso con toda claridad a la vista de nuestra historia, que las palabras suelen ser las avanzadillas de las balas, y si un salivazo sería motivo de una gresca con resultados imprevisibles un vocablo lanzado como definición ante un interlocutor puede ser un triste equivalente que debemos evitar a toda costa.

Vamos a ser respetuosos con el lenguaje y su empleo. Vamos a devolver a nuestra convivencia ese equilibrio y esa sensatez de las personas civilizadas, cultas y tolerantes, sin agredir por vanidad ni por soberbia y hagamos de nuestro bienestar una posibilidad en la que podamos disfrutar todos de las inmensas posibilidades que con un poco de orden tenemos a nuestro alcance.

Ser de derechas o de izquierdas, con un último modelo de varios millones y una cuenta corriente con todo lo que lleva consigo, es muy difícil encontrar las diferencias e incluso los matices de pensamiento obra y comportamiento, usar un vocablo como insulto, o simplemente como despectivo, tengamos cuidado porque corremos un riesgo de consecuencias imprevisibles. La lengua es el vehículo del pensamiento y su uso exige paz y calma. Corrección y moderación, junto a la sensatez. Todo lo demás vendrá por añadidura.