A lo largo de la Historia, la localidad de Granja de Moreruela fue eso: una hacienda propiedad de la poderosa abadía cisterciense de Santa María de Moreruela, casa religiosa que estuvo emplazada unos tres kilómetros al oeste del actual pueblo. Los colonos, o más bien siervos, que aquí trabajaron crearon una aldea embrionaria que se mantuvo y prosperó a lo largo de los siglos hasta generar la población actual. Se sitúa ésta en un vallejo recorrido por el modesto arroyo de la Laguna, afluente del Esla por su margen izquierda. Sus diversos edificios ocupan las escarpadas cuestas septentrionales y algunas de las zonas llanas inmediatas. Originan así un núcleo urbano peculiar, en el que las viviendas forman un todo común con las numerosas bodegas excavadas en la entraña de esos declives. La economía local, basada en la riqueza agraria, se potenció al trazarse por aquí la importante carretera entre Zamora y Benavente, que a su vez forma parte de la llamada Ruta de la Plata que enlaza Sevilla con Gijón. El incesante tráfico propició el florecimiento de algunos establecimientos hosteleros, pero supuso incesantes peligros y molestias. En nuestros días, con la puesta en marcha de la moderna autovía, se ha recuperado la paz, acompañada de cierto riesgo de decadencia y soledad

Al caminar ahora por las diversas calles, descubrimos que la mayoría de las casas son de reciente construcción. De las antiguas que perduran, descuella una de grandes dimensiones, situada en zona alta y dominante. Está levantada con materiales pétreos y exhibe bajo el alero un amplio blasón sujeto por dos leones tenantes. Al observar con detalle esa divisa, datada en el año 1802, vemos que reproduce los símbolos de la Orden del Císter, cincelados con escaso afán. Anuncia así que esta mansión hubo de ser la sede donde residieron los monjes desplazados para administrar las rentas y posesiones lugareñas de la abadía. En nuestros tiempos el inmueble aparece dividido en dos propiedades y ha sufrido ciertas reformas en sus vanos, entre ellas el cierre de su puerta principal tras abrirse otras entradas.

El monasterio desde Granja de Moreruela

La iglesia, dedicada a San Juan, se emplaza en zona baja, a orillas de la carretera. Es un edificio relativamente moderno, que por sus formas parece creado a finales del siglo XIX o principios del XX. Aseguran que se levantó con sillares arrebatados del viejo monasterio, destruyéndose para ello la fachada de tan monumental templo. Surgió así una obra funcional y amplia, aunque carente de empaque arquitectónico. Por fuera sobresale la torre, en cuya base se abre la puerta, trazada en arco. Dentro veremos un gran salón exento de obstáculos y artificios, con techumbre moderna de escayola, que concluye en un presbiterio poligonal orientado hacia el poniente, al revés de lo común. Los retablos son todos barrocos y al parecer fueron traídos también del convento. El mayor, vistoso y noble, semeja estar formado con retazos diversos. Está presidido por una efectista y gesticulante talla de la Asunción, quedando a los lados las efigies más serenas de San Agustín y San Ambrosio. Aparte, posee en su zona baja tres interesantes lienzos y arriba del todo la estatua del titular, el ya señalado San Juan, representado en una pieza más antigua y tosca. Entronizado en el retablo de la epístola, el Santo Cristo del Amparo recibe una intensa veneración. Esta imagen del crucificado, a la que han añadido pelo natural, mantiene rasgos góticos, probablemente alterados al haber sido retallada en algún momento. En sus formas actuales es una figura que impacta y deja huella en los corazones. En la pared de enfrente se sitúa el altar de la Virgen, más sencillo, con una pintura de la Piedad en su ático. Otras valiosas esculturas se distribuyen a lo largo de los muros, descollando la de San Bernardo, presentado como fogoso caminante. La pila bautismal es un gran cuenco pétreo con amplios gallones cincelados por su cara externa. Antes de iniciar la ruta proyectada, conviene visitar el moderno Centro de Interpretación del Cister, donde conoceremos los caracteres básicos de esa Orden cenobítica y del cenobio local al que vamos a dirigirnos. Tales instalaciones se ubican dentro de un pragmático edificio, yectado por el arquitecto Leocadio Peláez, ya interesa por sí mismo. Sus líneas escue funcionales forman un todo común con la f dosa chopera que es su entorno inmediat recinto en sí se alza sobre una especie de co pilares con los que se evitan las humedade los solares sustentantes. Descuella su fach oriental, una armónica retícula de rectáng adyacentes. En las cercanías interesan tam un pozo techado con cúpula y un crucer granito con la imagen del apóstol Santiago sada a su columna.

Dispuestos para la caminata, vamos a ac hasta las monumentales ruinas del ya varia ces mencionado monasterio. Existe una carretera que permite el acceso con vehíc pero vamos a obviarla en gran trecho. Para salimos del pueblo por la calle del Doctor G do, la contigua a la iglesia por el sur. Siguién la, sin desviarnos, empalmamos con el llam camino de la Fuente, para avanzar entre pr y huertos, uno de éstos sombreado por un jante laurel. Aparecen también hirsutos za les, altos y densos. Sobre las cuestas cercan suceden un pinar, algunas encinas y viñas d sas. Descubrimos a su vez atractivos palom los típicos de la comarca, dotados de pinto cas cresterías. Pasamos por debajo de la derna autovía, la cual secciona el valle todo lo ancho a través de un largo viaducto. Más adelante, a mano izquierda, en el medio de una junquera, aparece la vieja fuente que dio nombre a la calzada. Es en realidad un pozo al que se le agrega una mesa y una pila de lavar, todo ello creado con ladrillos y cemento. Antaño este manantial debió de ser muy copioso y de buenas aguas, pero ahora aparece casi seco. Tras reanudar la marcha, algunos cientos de metros más allá alcanzamos una compleja encrucijada. Entre otros ramales, de ahí arranca el llamado camino de la Aceña, pues comunicó con la denominada de San Andrés, anegada en nuestros días bajo las aguas de la presa de Santa Eulalia. Ciertos hitos y señales indican que han aprovechado esta trocha como trayecto jacobeo. Nosotros seguimos de frente, vaguada abajo, hasta llegar al siguiente empalme. Cruza por él la ancestral cañada de la Vizana, itinerario ganadero que fue uno de los principales de la trashumancia. El abandono y la opresiva soledad actuales contrastan con su pretérito movimiento, pues por aquí se desplazaron a lo largo de los siglos numerosos rebaños en su doble viaje anual entre las montañas de León y las dehesas de Extremadura. Torcemos hacia la izquierda por esa vía y atravesamos el arroyo para tomar enseguida la carretera de acceso al monasterio. Por esa cinta de asfalto son pocos los cientos de metros que recorremos, pues llegamos pronto a las puertas de tan importante monumento. Antes divisamos las recias murallas, potenciadas por sólidos cubos, que encerraron el coto monacal y, finalmente, la fuente de los Peregrinos o de los Piojos, obra barroca construida alrededor de 1761.

Los orígenes de esta importante casa religiosa no se conocen con exactitud. Queda constancia documental que San Froilán y San Atilano erigieron un monasterio en Tábara por orden del rey Alfonso III allá por los años finales del siglo IX. Debido al gran número de religiosos y religiosas que pronto acogió, los mismos santos crearon una segunda fundación algunos kilómetros más hacia oriente, en el actual pueblo de Moreruela de Tábara. Tras el paso de Almanzor por estas tierras, destruyendo todo lo que encontró a su paso, esas instituciones sucumbieron. Pero se supone que la de Moreruela volvió a resurgir de sus escombros. Por causas desconocidas, los monjes pasaron el río Esla en algún momento, estableciéndose en el enclave donde ahora nos encontramos. En viejos legajos se leen noticias sobre de la existencia del cenobio denominado de Santiago el cual recibió una cuantiosa donación de tierras en el año 1028. Alrededor de un siglo más tarde, sus moradores se adhirieron a la reforma cisterciense y cambiaron su advocación por Santa María. Desde entonces hasta el siglo XIX los monjes blancos residieron en este lugar, construyendo notables edificios. Tras la Desamortización de 1835 todo el conjunto, sin protección oficial alguna, fue saqueado como fácil cantera, destrozándose en gran medida. Muy deteriorado ya, en 1931 fue declarado Monumento Nacional, pero hubo de esperar hasta su compra por la Junta de Castilla y León en 1994 para el comienzo de una efectiva serie de restauraciones. Costosas obras han frenado el deterioro, recuperándose trabajosamente ciertas partes y en espera otras más. Con todo, los dolientes vestigios llegados a nuestros días muestran todavía una sorprendente magnificencia.

Interesan sobre todo las ruinas del gran templo. Resiste sobre todo su monumental cabecera, formada por el ábside principal, una girola circundante y siete absidiolos menores distribuidos de forma radial. Si por el interior admira su potencia y esbeltez, aún sorprende más por fuera. La distribución escalonada de volúmenes, junto a su perfecta armonía, hacen de esta parte uno de los logros más sublimes de la arquitectura medieval española. Su atractivo se complementa con los restos del claustro mayor, en cuya panda oriental se conservan, entre otras dependencias, tramos de la sala capitular e, íntegro, el salón de trabajos. Todas esas estructuras fueron iniciadas a finales del siglo XII y concluidas a lo largo de la siguiente centuria. Hubo de esperarse unos 500 años para una nueva fase constructiva. Se agregó por entonces el pabellón de novicios y el claustro de la hospedería, cuyos desportillados muros aún se alzan desafiantes. Ante esta mezcla de grandeza y abatimiento surge una intensa turbación. Nada hay que permanezca íntegro a la tiránica y caprichosa muda de los tiempos.

Concluida nuestra visita, iniciamos el regreso desviándonos hacia el sur por la ya conocida cañada de la Vizana. Bordeamos así ciertos espacios ocupados por un denso encinar, para acceder después a parcelas despejadas moteadas por árboles dispersos. Mas, sólo hollamos la vereda ganadera en un corto trecho. En un próximo cruce torcemos por el ramal de la izquierda y, tras superar la carretera, empalmamos con el camino por donde vinimos. Siguiéndolo en dirección opuesta concluimos en el punto de partida.