La primera entrega de ´Cómo entrenar a tu dragón´ fue toda una sorpresa. Y, a diferencia de lo que ocurre últimamente con el cine de animación, muy agradable. No usaba el 3-D como un reclamo tramposo y decorativo sino como una herramienta narrativa de primer orden y una vía principal para acceder a una estética de belleza espectacular.

Cierto que el argumento no dejaba de repetir la típica historia del héroe incomprendido entre los suyos que une sus fuerzas a un ser extraordinario y en apariencia hostil para ganarse el respeto de todos, pero la fuerza de las imágenes, la perfección técnica y una saludable mezcla de humor y aventura con personajes bien definidos en su sencillez y una variedad de dragones de lo más sugerente, lejos del esquematismo de producciones parecidas, hacían del divertimento de DreamWorks una bocanada de fuego fresco.

Hacer una secuela de una historia que parecía no tener una continuidad clara una vez solucionado el conflicto entre vikingos y dragones no era fácil, pero la papeleta se ha resuelto con brillantez. Quizá demasiado «madura» para el público norteamericano, que no ha respondido con tanto entusiasmo como en otros países. Y es que los creadores de la saga han optado por darle un toque más oscuro a su historia, añadiendo incluso al final un inesperado latigazo dramático que lleva la película a terrenos que el cine de animación prefiere esquivar.

Como resultado de todo ello, ´Cómo entrenar a tu dragón 2´ seguramente dejará un tanto desconcertado/ aburrido al público infantil, a cambio de interesar más al adulto, lo cual parece inevitable si tenemos en cuenta que hablamos de un protagonista que camina hacia la madurez. El arranque no hace presagiar ese giro, con una carrera de dragones que es una copia descarada de Harry Potter y un abuso del humor en clave facilona.

Superada esa etapa en la que la película no avanza ni retrocede, va acumulando capas de interés con la entrada en escena de un malvado de primera categoría y la irrupción de la madre del protagonista, que introduce una batería de registros cuando menos curiosos (romántico-ecologista-iniciáticos). El frenesí narrativo se dispara tras algunas fases demasiado (a)morosas y la pantalla se convierte entonces en un desmesurado vendaval de imágenes de las que es imposible apartar la vista.