En último trimestre de 2020, ya encarando la recta final del curso escolar 2019-1020, se nos vino encima algo que no podríamos ni querríamos imaginar pocos meses atrás: lo que se creía que era un virus que apareció en China se convirtió en una pandemia mundial —ya lo venía haciendo antes y no se actuó a tiempo—. El día 14 de marzo ya estábamos todos confinados y, por supuesto, los colegios cerrados y, con ellos, profesores y niños.

De repente, en cuestión de semanas, todo cambió. Los profesores tuvieron que adaptarse a una situación novedosa e inquietante y con ayuda bastante limitada por parte de las administraciones. Se impuso la educación a distancia y los profesores tuvieron que echar mano de todo su ingenio y conocimiento, de sus recursos académicos y económicos, de sus medios informáticos y multimedia, haciéndose expertos a la fuerza en redes y recursos informáticos. El tiempo de dedicación aumentó de forma desproporcionada para los profesores; el salón de su casa se convirtió en su aula, detrayendo o compartiendo recursos y tiempo de su familia para dedicarlos a sus alumnos.

Estos héroes, los profesores, con enorme esfuerzo y dedicación no suficientemente reconocido, consiguieron llevar a término este tramo final del curso. Experiencia que, ojalá, no tengamos que volver a experimentar.

Y se nos presenta el curso 2020-2021 y el Ministerio y las comunidades autónomas, en un alarde de lucidez no exento de precipitación, temor e inquietud, apuestan por la enseñanza presencial. Y con estas premisas comenzamos este curso. Conviene recordar que no todos los países se decidieron por esta vía y algunos no se decidieron por la enseñanza presencial hasta bien entrado el segundo trimestre

Ramón Domínguez, de ANPE. L.O. Z.

Pero una vez finalizado el curso anterior ya nos olvidamos de que había que preparar a fondo el comienzo de un curso amenazado por una pandemia, con situaciones nunca experimentadas. Ahora bien, las autoridades se preocuparon más en pensar que hacer con el fútbol, el ocio nocturno, las discotecas… y de repente, llega septiembre y las administraciones se dan cuenta de que hay que establecer protocolos, adaptar los espacios de los centros, preparar medidas de prevención, estrategias de entradas y salidas y diseñar planes de contingencia para el supuesto de tener que volver a confinarse. Y todo este inmenso trabajo recae sobre los equipos directivos en primer lugar y el resto de los profesores a continuación.

Los equipos directivos se convierten entonces en técnicos de prevención señalizando, midiendo y organizando una logística muy complicada. Los profesores tienen que preparar y adaptar sus aulas y conocer todo lo que los protocolos establecidos a la carrera les exigían para hacer del aula un lugar seguro para sus alumnos y para ellos mismos.

Poco a poco, fuimos viendo que el aula no era tan peligrosa como foco de contagio como se pensaba y que los niños no eran supercontagiadores y, en definitiva, que el aula era el lugar más seguro para los chicos.

Después, hubo que empezar a exigir a las administraciones educativas que se dotase a los profesores —sobre todo a los de Educación Infantil y Primaria—, de los medios de protección más seguros para ellos y los alumnos. ANPE y otras organizaciones sindicales desde su provincia y desde las reuniones con la Mesa Sectorial en la Consejería de Educación en Valladolid reclamamos insistentemente la necesidad bajar las ratios de niños por aula, la distancia, la dotación de las mascarillas FFP2, de medidores de CO2 y de sistemas de ventilación para que las aulas fuesen un lugar más seguro para todos. Con más lentitud de lo aconsejable, se fueron consiguiendo estas reclamaciones y ahora tenemos aulas más seguras, menos contagios, mejor ventilación y alumnos y profesores mejor protegidos.

¿Y ahora qué? ¿Qué va a pasar con el Curso 2021-2022? Creemos que debería programarse y prepararse como si fuese un curso COVID —esta es la petición de las organizaciones sindicales como el sindicato de profesores ANPE— y, por tanto, mantener la prevención, vigilar la seguridad de nuestros chicos y docentes. También habría que mantener o bajar las ratios por aula y seguir con los desdobles que lograron que hubiese menos alumnos por aula y controlar mejor los posibles contagios.

El camino que nos espera debería ser más fácil, puesto que ya venimos de una situación conocida y que hemos experimentado; ya se han implementado las medidas que hicieron falta en su momento y ahora podemos mejorarlas. Por ello, sabemos lo que nos podemos encontrar y cuál sería la actuación mejor en cada momento.