En el marco de la jornada organizada por LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA sobre el cáncer de mama metastásico, que tendrá lugar el 18 de octubre en el salón de actos del Campus Viriato, también habrá hueco para los testimonios de los hechos vividos en primera persona. La encargada de ofrecer ese punto de vista será María Jesús Viejo, una mujer que afrontó el primer diagnóstico en 2005, se recuperó y sufrió una recaída años más tarde con un pronóstico más duro. Con esa realidad convive desde hace casi una década esta zamorana, psicóloga de la AECC hasta que la propia enfermedad que formaba parte de su vida laboral la obligó a una jubilación prematura. Aun así, lleva un día a día intenso y afronta el escenario con un optimismo realista.

–¿Por qué son importantes estas jornadas para la concienciación social?

–Son especialmente importantes este año que hablamos sobre el cáncer de mama metastásico. Cuando nos referimos al cáncer de mama se trata a veces a la ligera, porque es habitual que todo vaya bien, pero luego hay otra parte. Hay personas que tenemos un pronóstico duro y es importante que la gente lo sepa y que, quien esté en esta situación, no se sienta solo. No todo es rosa, no todo es happy, no todo es estupendo y hay que investigar más. Hay herramientas para prevenir el cáncer de mama, tratamientos para fases iniciales, pero la situación es distinta cuando hablamos de un cáncer metastásico.

–¿Qué es el cáncer de mama metastásico y cuál es el proceso que ha tenido que seguir usted?

–En mi caso, en 2005, a mí me diagnosticaron un cáncer de mama bilateral. Al principio era algo pillado muy a tiempo, me dieron un tratamiento de quimio bastante llevadero y tuve la intervención. Luego, siete u ocho años más tarde tuve una recaída y ahí fue donde se vio que ese cáncer se había metastasizado en los huesos, el hígado y el pulmón. En los huesos, todo estaba afectado menos piernas y brazos, pero el gran problema eran el hígado y el pulmón, que son órganos vitales. Entonces, imagina cuando te plantean eso. Además, el diagnóstico me lo dieron un poco regular y la sensación fue que me quedaban dos días de vida. Frente a eso, todo ha ido resultando muy bien. Me han ido poniendo tratamientos, he ido respondiendo bien y han pasado los años. Yo vivo de manera activa y el tratamiento solucionó lo del pulmón y el hígado. Los huesos son otra cosa, porque han estado bien durante siete u ocho años y ahora he tenido una pequeña recaída y estoy con un tratamiento nuevo. Pero contenta, a pesar de los miedos sobre cómo va a afectar esto a tu vida.

–Ha ido afrontando todos estos escollos, pero siempre conviviendo con la realidad del cáncer.

–El cáncer de mama metastásico es crónico. Te tienes que mentalizar de que vas a tener que convivir con la enfermedad durante toda tu vida y de que siempre va a haber tratamiento. Ahora los hay un poco a la carta y a cada uno le va bien uno determinado. Hay que tener en cuenta que, hasta hace unos años, cuando se diagnosticaba esto, el tiempo de vida era muy limitado y ahora sigue siendo un pronóstico duro, pero el tiempo se va alargando.

–Me comentaba que la forma de darle el diagnóstico no fue la que le hubiera gustado. ¿Qué ocurrió?

–Yo pregunto mucho, porque quiero saber exactamente cuál es la situación, y quizás eso le generaba más tensión a la persona que me lo tenía que decir. Yo ingresé por problemas en la cabeza, tuve como una especie de ausencia, y el neurólogo de primeras me dijo que el tumor había pasado a la cabeza. Lo primero que me plantea es la necesidad de descartar que haya algo en otras partes del cuerpo. Pasan unos días con pruebas, vas asimilando la situación y piensas que si solo es en la cabeza y, con radio o alguna sesión se puede controlar, hay un camino ahí. Lo que ocurre es que, tras esas pruebas, la primera reacción del médico es decirme que todo estaba bien, que solo era en la cabeza y que el resto bien. En ese momento, viene el subidón, la euforia; se lo cuento a mis hijos y a mi familia y, al día siguiente, veo que entra en la habitación con mi marido, que estaba de viaje. A él le veo desencajado y la información real es lo que te dije anteriormente: hígado, pulmones…

–¿Qué ocurre el día después de ese diagnóstico?

–Al principio, es un miedo tremendo, porque toda tu vida está patas arriba y el primer planteamiento es cómo se lo cuento todo a mis hijos pequeños. Eran cosas duras, pero las tenían que saber, porque la situación en casa iba a ser distinta a partir de ese momento. Entonces, vas poco a poco. A mí me lo pusieron muy mal. Me dijeron claramente que me quedaban dos telediarios y luego no fue así. A mí lo que me ayuda es ir paso a paso, porque si no es algo que te agobia mucho. También, al principio, ayuda mucho desahogarte, soltar el dolor y la rabia. Luego es cuando ya se va abriendo un pequeño camino y das pasitos para hacer frente a los problemas que vayan surgiendo ante ti.

–¿Cómo es el proceso para la familia?

–La familia se lleva la peor parte, porque tú sabes cómo estás y cómo te encuentras. Si yo me encuentro bien, estoy tranquila, pero para el resto es diferente. Mi hijo tenía 12 años entonces y cada mañana me miraba como con una lupa a ver cómo estaba. Yo lo primero que hacía era lavarme y maquillarme para que él me viera bien. Hay veces que la enfermedad tiene que ser protagonista porque la situación lo requiere, pero hay que darle cabida a los buenos días para que esto no sea una tortura. Aquí, en la AECC, se encargan también de ayudarte anímicamente.

–¿Con qué quiere que la gente se quede de su historia tras su intervención en la jornada?

–Lo primero, que hay que tener los pies en la tierra. Hay que saber que la situación es dura y que el pronóstico es difícil, pero mi idea es transmitir que no hay nada escrito. Cada persona es de una manera y el camino se va marcando paso a paso. ¿Quién me iba a decir que pasados casi diez años de aquel diagnóstico iba a estar en esta situación? Sobre todo eso, que la esperanza tiene que estar ahí y ya veremos cómo va yendo.