Hay muchas diferencias entre la estadounidense Serena Williams y la australiana Margaret Court. Tenísticas, ideológicas y generacionales. Pero, ahora mismo, solo una persona, llegada de Bremen, Alemania, impide que las dos figuras se pongan a la misma altura.

Angelique Kerber es el último obstáculo para que la americana iguale los 24 Grand Slams de Court y termine con un largo sendero que comenzó en Nueva York en 1999 y que puede llegar a su meta con una Serena de 36 años, madre de una hija y posible campeona en Wimbledon, la hierba que la ha visto ganar en siete ocasiones. Desde la primera vez que levantó un Grande en las pistas neoyorquinas de Flushing Meadows hace 19 años -contra la suiza Martina Hingis, hoy ya retirada-, Serena se ha embolsado cinco US Open más, siete Abiertos de Australia, tres Roland Garros y los ya mencionados siete entorchados en el All England Club.

Siempre en busca de un nuevo reto, Serena ha sido capaz de ganar en Melbourne en 2017 estando embarazada, parar durante más de un año, dar a luz a su hija en septiembre del año pasado, superar un lesión en el pectoral en Roland Garros y estar de vuelta en la final de un "major", con seis impolutas victorias en el zurrón.

Para evitarlo, o, al menos, posponerlo un Grand Slam más, Kerber alcanza su segunda final en Wimbledon con la tarea de endulzar el mal sabor que le dejó la de 2016, cuando fue superada, poniendo resistencia, por su rival este sábado.

La germana ha tenido un camino recto hacia esta final. Solo se dejó un set y reverdeció el tenis que le dio sus mayores éxitos en 2016, cuando ascendió por vez primera al número 1.