La montaña ha mostrado este año su cara más amarga al zamorano Martín Ramos que tuvo que abandonar el intento de ascensión al Kangchenjunga tras superar de forma milagrosa una avalancha que le sorprendió, cuando descendía junto a su compañero Jorge Egocheaga hacia el campo 1 de este coloso del Himalaya, la tercera cumbre del planeta. Ambos montañeros sufrieron quemaduras de diversa gravedad en las manos de las que poco a poco se recuperan, y sin la menor duda, ya piensan en regresar el próximo año a intentarlo de nuevo.

Martín Ramos, un mes después del percance que le obligó a regresar a casa mucho antes de lo previsto, y con sus manos prácticamente recuperadas, reflexiona: «Esta expedición ha sido poco provechosa pero ésto es así: unas veces se suben dos montañas a la vez y otras te vienes a casa de vacío y sin ni siquiera intentarlo. Pero de todo se saca algo positivo, y ese algo positivo es que estamos bien ya los dos y, a pensar en el año que viene».

No resulta sencillo analizar si este accidente se produce por un error personal o ha sido la propia montaña la que ha impuesto su ley: «A pesar de la experiencia que ya acumulo, no sabría decirlo. Mucha gente me ha preguntado si se puede saber cuándo una ladera es propicia para avalanchas. No sé si pudo haber algo de imprudencia, pero la montaña tiene sus latidos. Nos tocó a nosotros pasar por allí en ese momento y no hay más», no duda en concluir.

Otros montañeros que se encontraban en el Himalaya se quejaron durante esos días del peligro de avalanchas, como fue el caso de Carlos Soria y Tente Lagunilla que estaban en el Annapurna. Pero no parece que haya mucha relación entre una cosa y la otra: «En el Annapurna se caen las cosas habitualmente. Este año en particular, a lo mejor había algo más de nieve en el Kangchen y, por lo que he oído, en el Annapurna también, pero allí es más habitual que se caigan las cosas y al final es lo que les ha hecho volver sin conseguir la cumbre a Soria y Lagunilla. En el Kangchen había algo más de nieve que en otras ocasiones pero nada extraordinario. Son dos montañas que están cerca pero lejos a la vez, las características de ambas han coincidido. También oí que el Everest estaba muy seco este año, hacía calor, y estaba muy peligrosa por ello. Pero cada montaña tiene sus características».

«El Kangchenjunga es una montaña muy grande, un macizo enorme con cinco cumbres -añade Martín Ramos-, un macizo impresionante de grande que está muy aislado, en el extremo oriental de la cadena, en una zona del Nepal muy salvaje y muy poco transitada de turismo. Tiene su dificultad llegar a la montaña, pero nosotros llevábamos todo hilvanado, no se perdió ni un día, no hubo problemas con los porteadores, pero luego ocurrió lo que ocurrió. Es una zona muy interesante en el Nepal», explica el montañero zamorano.

La verdad es que todo se estaba desarrollando a pedir de boca, ya que, nada más llegar al campo base, las condiciones meteorológicas ya les permitieron comenzar a equipar la pared: « No habíamos acumulado ni un solo día de retraso por ningún motivo y yo calculo que en torno al 20 de mayo, como muy tarde, estaríamos haciendo cumbre. Los otros montañeros que estaban intentándolo han hecho cumbre hace unos días. Nosotros deberíamos estar con ellos, pero a lo mejor hubiéramos podido hacer algún intento antes. Si puedes, lo intentas antes porque luego tendrás otra oportunidad».

El habitual trabajo de preparación discurría pues según lo previsto: «Acabábamos de instalar el Campo 1, llevábamos solo dos días en la montaña y al día siguiente nos íbamos a bajar al campo base para volver a subir a dormir al C1».

Un año más, compartieron expedición con el eslovaco Peter Hamor y el rumano Horia Colibasanu: «En diciembre recibí un correo de Horia en el que me contaba que había hablado con Hamor para ir al Kangchen. Lo estudiamos Jorge y yo y formamos de nuevo un equipo para compartir infraestructuras, permiso, etc. pero luego, en la montaña no tenemos nada que ver unos con otros. En lo que es la logística vamos con ellos porque son conocidos y viejos compañeros».

La elección del Kangchen venía motivada por la «carrera de los ochomiles» que lleva Egocheaga: «Ya el año pasado en el Makalu lo pensamos porque a Jorge le falta el Kangchen y el Lotse y hay que ir a esos dos. A mi no me importa, lo importante es ir con un buen amigo y compañero. Es fácil que el año que viene volvamos, hay que ir porque lo tiene que subir Jorge».

Y narraba así para este periódico cómo ocurrió el fatal accidente: «Acabábamos de subir un poco más arriba del campo 1 para abrir un poco de camino hacia el C2. Y el percance sucedió en la vuelta. Habíamos subido unos metros más antes de bajar al base, nos metimos en la pala de nieve que daba acceso al C1 y nada más pisar esa pala, oímos un ruido tremendo, como un trueno y los pies se nos fueron para abajo. Todo comenzó a deslizarse ladera abajo. Nos agarramos a la cuerda fija y nos quemanos las manos porque la nieve nos empujaba, intentábamos aguantar con las manos pero caímos hasta el final, hasta la rimaya. La grieta que había, donde paramos, no era muy profunda y allí nos quedamos. Cuando nos vimos las manos, comprendimos que se había acabado la expedición. Las mías, todavía, pero las de Jorge estaban mucho peor. Son heridas que se curan, yo ya estoy recuperado, pero a Jorge le han operado varias veces y perderá movilidad en algún dedo. En principio se pensó que podría perder algún dedo pero él, como médico, prefirió esperar, agotar las posibilidades, y al final la recuperación será muy buena», asegura el zamorano.

Afortunadamente, el regreso al campo base no se complicó y pudo completarse sin grandes problemas con la ayuda del resto de montañeros que se encontraban en la zona: «Para regresar al base hubo que descolgar a Jorge en las partes que hay que rapelar porque las manos no podía usarlas. Bajamos con Nives Meroi, su marido Romano, Peter y Horia. Tardamos más de lo habitual, fue un descenso lento pero sin peligro. Hacía bueno, aunque Jorge tenía muchos dolores».

Ahora, todavía extrañado por regresar tan pronto a casa, Martín reconoce que en ningún momento se plantearon abandonar esta loca carrera -para algunos- de los ocho miles: «Ha sido un accidente, lo he pasado mal, pero en el Annapurna nos pasaron bloques enormes al lado y no nos pasó nada. Fue similar, una situación que no pasó nada pero luego fríamente piensas que pudo ser lo peor. Esta vez han sido unas quemaduras, pero aquello fue pasarte las balas al lado y no darte ninguna. Fue muy sorprendente entonces», explica mientras insiste, ante la proliferación de accidentes que se está produciendo este año en el Himalaya, en que «en cualquier sitio puedes tener problemas, no hace falta ir al Everest, y algo muy importante es la experiencia. Ahí puede estar la diferencia entre vivir y morir. Yo sé cómo hago los ochomiles, por mi experiencia y porque conozco mi capacidad y así nos gusta hacerlo a Jorge y a mi, hay mucha diferencia con esa gente que paga un dinero y la suben. Llevan mucho oxígeno, sherpas, etc. y con todo eso, al final, tu organismo no lo conoces y puede salirte muy caro. Yo sé como voy en altura y lo que tengo que hacer, pero siempre te pueden pasar algo».