Música

Serrat: ara que tinc 80 anys

A la edad que hoy cumple no hay en su rostro sensación de tiempo sino el aire de la curiosidad con la que se enfrentaba a la incertidumbre del auditorio

Joan Manuel Serrat, en su casa de Barcelona.

Joan Manuel Serrat, en su casa de Barcelona. / Ferran Nadeu

Juan Cruz

Juan Cruz

Algunas semanas antes de que se iniciara de facto su exilio en América Joan Manuel Serratpasó por Tenerife, fue allí recibido por el silencio habitual de la época, y dos periodistas, Elfidio Alonso y este que ahora lo recuerda, fueron a encontrarlo a la puerta del Hotel Brujas, que ya no existe, en Santa Cruz.

Ha pasado medio siglo, quizá más, y si ahora apareciera Serrat por esa puerta, que entonces lo llevaba a la recepción de aquel establecimiento, seguramente miraría igual, como un muchacho que, siendo ya famoso, está allí como para recibirse a sí mismo, extrañado de reconocerse en la espuma de la fama que le dieron, desde tan chico, las canciones de la vida.

Él llevaba al hombro una mochila que abarrotaba su espalda. Atendió a los que lo buscábamos (Elfidio ya era el líder de Los Sabandeños, Serrat lo conocía), el suyo era el aire habitual en su encuentro con los que le seguimos haciendo preguntas. Él es otro, no es tan solo el cantante que llega a los sitios, es alguien que lleva consigo una familia enorme de canciones y de nombres propios, una familia inmensa que no ha cesado de crecer en todos los idiomas que tiene el corazón del mundo para el que ha compuesto el cancionero de nuestras vidas.

Eso se ve en su cara, se veía entonces como si habiendo llegado estuviera a punto de partir también, o como si, impuesto por la querencia familiar, llegara a los sitios que fueron los de la niñez de su madre, para escuchar el ritmo, o para catar el vino, que inspiró su autobiografía.

La sensación de que eso que nos interesa de él se refiere a otro, que él hace canciones, las interpreta, y después vienen distintos acontecimientos, a veces tan duros como los que le tocó vivir por decir lo que el régimen no podía tolerar, estaba impuesta ya en aquel rostro del joven Serrat. Subía a la habitación de su hotel, lo que iba a ocurrir sería grave, pues él sería libre allá y acá sería mal recibido, el régimen era una puerta que se cierra, cal dir adeu a la porta que es tanca…, y él estaba allí, yéndose, como un hijo de la mar mediterránea que, en el Atlántico, recibía un adiós que parecía penúltimo.

Voluntad de contar

Era todavía aquel muchacho cuyas canciones juntaron el catalán y el castellano para que el mundo, acá y allá, sintiera entonces, eso decía, que no había otras fronteras para la música que las que imponen el corazón y su ritmo, su voluntad de contar, su libertad de hacer del sentimiento y de su voz una historia personal de la música.

Joan Manuel Serrat, en el salón de su casa en Barcelona.

Joan Manuel Serrat, en el salón de su casa en Barcelona. / Ferran Nadeu

Esa mochila, además de aquella con la que él subía a la habitación, era su modo de sentir en la vida, ahí dentro iba el símbolo mayor de su música: el sentimiento de encontrar, en los que lo escucharan, parte de lo que él fuera a decir. Su cancionero se llenó de él, y tuvo un sitio grande, ingente, para otros, para Miguel Hernández, para Antonio Machado, esas voces amplificadas por su voluntad de músico, y de ciudadano, hicieron más grande el testimonio la poesía convertida en el aliento que lleva dentro el abrazo.

Ha sido de tal modo compañero de esos nombres, parte de ellos, ha sido de tal manera su propio huésped, que ahora es imposible escuchar esos versos sin sentir la extrañeza y el dolor que transmitieron los poetas en la voz, en el alma, del noi del Poble Sec.

El aire de la curiosidad

Hace un año que dejó de cantar, fue en Barcelona, por estas fechas, y ahora le llega este cumpleaños redondo. Hace unos días, en la SGAE de Madrid, su coetáneo Eduardo Mendoza resumió su vida de cantante, y de ser humano, con la inteligencia de un compadre, y luego el Noi del Poble Sec se refirió a sí mismo como si fuera otro, acogiendo las alabanzas que merece con el aire de haberse quitado del hombro una vieja mochila y fuera, otra vez, el muchacho travieso que se hizo en Aragón y Barcelona los territorios de los que nunca se fue.

Canta de vez en cuando, eso dijo, se encuentra con amigos, desvía el peso de los años, viaja allí de donde lo llaman sus compadres antiguos, y rinde homenaje a los que le han ayudado a amar y a despedirse, como cantante, como ciudadano. A los 80 años hay quienes dicen que lo ven más esencial, más hecho, que nunca, más lleno de ternura también, como si estuviera escribiendo por dentro canciones que nunca se dirán, quizá, pero que ahora interpretaría, también en silencio, con una mirada que ya no viene del escenario sino cara a cara, en las calles y en los bares.

A los 80 años que hoy cumple no hay en el rictus de su rostro sensación de tiempo sino el aire de la curiosidad con la que se enfrentaba a la incertidumbre del auditorio. Hoy, como diría su maestro andaluz, es siempre todavía para Joan Manuel Serrat