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Jesús Carmona: "El género masculino necesita trabajar sus emociones y mostrar su vulnerabilidad, lo contrario es una versión inferior de uno mismo"

 “Aquellos que carecían de educación emocional y espiritual se han quedado muy tocados por la pandemia”, asegura el bailarín

El bailaor Jesús Carmona durante el espectáculo ’The Game’, en el pasado Festival de Flamenco de Jerez.

El bailaor Jesús Carmona durante el espectáculo ’The Game’, en el pasado Festival de Flamenco de Jerez.

Elena Pita

Es Premio Nacional de Danza (2020) y Prix Benois de la Danse 2021 (tanto como ser considerado el mejor bailarín del mundo). Pero por encima de todo, Jesús Carmona (Badalona, 1985) es un hombre libre y honesto, emoción y espíritu. Comprometido a fuego con su pasión y con sus dos hijos. A los 7 años empezó a bailar flamenco en una peña y de ahí que llegó al cielo. Visita Barcelona el día 20 con Baile de Bestias, avalado por dos premios Max, al espectáculo y al mejor intérprete. Nos explica cómo liberarse de los monstruos/miedos para ser mejores.

Durante años se preguntó qué tipo de bailarín quería ser, ¿hasta llegar a ser inclasificable?

No sé si inclasificable, pero sí libre y consciente. Hasta hace unos años bailaba para gustar, en busca de una aprobación que ahora sé me coartaba. He encontrado un lugar de confort en el que seguro estaré poco tiempo, pero estoy siendo muy feliz.

Clásica, contemporánea, flamenco, rap, claqué, ¿qué más le queda por fusionar?

No trabajo desde esa intención, sino que dejo que mi danza se embriague de energías diferentes; es un proceso orgánico, la obra tiene necesidades que están por encima del propio creador. En este espectáculo, por ejemplo, me dejé empapar del ritual japonés del Butoh.

Y así puso todos sus miedos y monstruos a bailar en una coreografía catártica. ¿Alguno se le ha resistido o ya todos están fuera?

Han venido otros nuevos. Todo lo que sentía en aquel momento está presente, en micropartículas, hay mucho personal de nosotros dos (en referencia a Manu Masaedo, el músico que le acompaña), porque esto es un paso a dos. Este espectáculo me ha servido para entender que el dolor forma parte de nuestras vidas y que puede llegar a ser bello si uno aprende a bailar con ello. Es un proceso creativo de crecimiento, una cura que convierte el miedo en luz y expresión.

Sucedió durante la pandemia: son los monstruos de aquella distopía que resultó ser real. Pero muchos son lo que no lograron afrontar el miedo, y enloquecieron. ¿Está de acuerdo en que parte de la sociedad ha quedado lastrada?

Sí, ha sido un proceso vital muy difícil, y aquellos que carecían de educación emocional y espiritual se han visto muy afectados. Parte de la sociedad ha quedado tocada, es cierto. Yo me negaba a entender esta obra como postpandémica, pero finalmente he tenido que aceptarlo.

En su obra El salto (2020) se cuestionaba qué masculinidad inculcar a su hijo recién nacido. Y bien, ¿cuál es esa masculinidad ideal del siglo XXI?

Lo que entendí con ese trabajo es de dónde venía yo y cómo crear cortafuegos para no trasladar a mi hijo los patrones familiares que recibí; es decir, la castración emocional. El género masculino necesita trabajar sus emociones. Yo a mi hijo le estoy educando para que no tenga miedo a sus emociones y sea un hombre libre, lo educamos en la equidad y la igualdad; le digo “cariño, puedes llorar todo el tiempo que quieras”, y mi hijo no siente rubor al abrazar a otros niños, como yo hago con los hombres.

Yo a mi hijo le estoy educando para que no tenga miedo a sus emociones y sea un hombre libre, lo educamos en la equidad y la igualdad

Sostiene que es importante para los hombres mostrar su vulnerabilidad, porque ¿qué pasa cuando se la tragan?

Pasa que no eres tú, sino una versión inferior de ti mismo. La vulnerabilidad te da poder, porque la coges de tu mano.

Y la suya Jesús, ¿cuál es su mayor vulnerabilidad?

Tengo muchísimas, pero obviamente la mayor son mis hijos.

Aprendió a curvarse como hacen las mujeres, frente a la rectitud del bailarín, y esto –dice– cambió su forma de bailar. ¿También su forma de ser y estar abrazó la feminidad, la línea curva?

Mira la posición de mis piernas (las cruza, derecha sobre izquierda, juntando los gemelos, y lo cierto es que el gesto en sí rompe un esquema aprendido). El cuerpo tiene un abecedario muy largo y bello que es el que utilizan las bailarinas, a nosotros los maestros nos limitaban el movimiento a un decálogo: no tienes caderas, no muevas las manos, no te curves… Pero yo aprendí que todo esto no está ligado a tu sexualidad, sino a tu energía, y que todos somos duales, lo que no tiene nada que ver con quién te acuestas.

¿Y este descubrimiento cambió su forma de estar?, repito.

Sí, claro, en el momento en que te liberas de esta limitación, que no es sino una presión social, te vuelves más libre. Ningún cambio me da miedo.

¿Cree que hoy los jóvenes son aún más machistas de lo que era su generación o es simplemente que lo expresan sin cortapisas, como el racismo, el supremacismo, etc.?

Nosotros ni le poníamos nombre, porque lo desconocíamos; ahora los jóvenes se expresan de modo mucho más extremo.

¿Hemos pasado de lo políticamente correcto a la más absoluta incorrección, a la continua falta de respeto y consideración?

No, yo creo que el extremismo no es más que una moda, y es minoritario. Hay mucha gente joven que lucha por los derechos de todos, y por suerte creo son una mayoría.

Jesús, ¿qué le dijo su padre cuando se puso a bailar, con 7 años?

Me apoyó, me buscaron una peña flamenca que era lo único que se podían permitir. Mi padre incluso se subía al escenario a hacer presentaciones, es un cachondo, el ambiente era muy bueno y lo pasaban bien. Mis padres siempre han estado ahí, apoyándonos, a los cinco hermanos.

¿Y por qué flamenco, en Badalona?

No tengo ni idea, sólo sé que no hay ningún antecedente flamenco en mi familia. Fui yo el que insistió, el flamenco me eligió sin darme media opción.

¿Eran charnegos sus padres o qué sabían en la familia sobre el flamenco?

¡No sabían nada! Era yo el que se ponía a bailar, de muy chiquitín, cada vez que escuchaba una copla en la radio. Mi familia venía de Córdoba, sí, eran gente del campo, de recoger aceituna y algodón; personas muy pobres, mi padre nació debajo de un olivo que mi abuela vareaba. En casa nunca se escuchaba flamenco ni nada, mi padre fue recogedor de cartón y luego repartidor de cerveza, y mi madre era ama de casa y si podía limpiaba alguna escalera o hacía algún arreglo de costura; es una persona muy recta que me ha hecho esforzarme mucho, muy crítica y nada vanidosa. Siguen sin escuchar flamenco y jamás presumen de su hijo, y después de 40 años trabajando en Cataluña se han vuelto al pueblo.

Al menos su madre habrá aprendido a bailar sevillanas, ¿no?

Sí, tomo unas clases en el pueblo, para bailar en mi boda, pero nunca más.

Ahora usted, a sus dos hijos, les desea que sigan su pulsión y sobre todo que no se conviertan en “trabajadores tristes”, o sea ¿que no sean como la mayoría?

Aparte de mis obligaciones de padre, me parece importantísimo ayudarles a encontrar su pasión, para que de mayores no tengan que sentirse trabajadores. Mira, yo me siento tan afortunado de no haber dudado de mi pasión, de haberlo tenido claro desde los 6 años. Mis hijos (4 años Tano, 2 Roma) son niños muy especiales: los criamos muy emocionalmente mi mujer y yo.

Jesús, cuando le dieron el Premio Nacional ya había actuado en Nueva York y The New York Times titulaba “El fenómeno del flamenco”, pero entonces, 2020, estaba usted en Mercadona comprando macarrones con sus últimos 50 euros: no daba para más… ¿También saben sus hijos lo duro que es ser artista y autónomo?

No, todavía no lo saben, pero ya entienden que nosotros nos esforzamos para cubrir sus necesidades, que no es lo mismo que trabajar en sentido estricto, porque nosotros amamos nuestra profesión.

¿Al menos le salvaron la pandemia, los 30.000 euros del Nacional?

Sí, al fin pudimos dejar la dieta del macarrón y pagar las deudas familiares que había contraído. Estrenábamos El salto el día 18 de marzo, y el mundo se detuvo cuatro días antes. Yo había invertido todo lo que tenía en el espectáculo, el día 10 me había quedado con 300 euros en la cuenta. Pude haber empleado ese dinero en algo productivo, pero gastarlo en vivir me dio libertad para crear durante el encierro, libre de mí, de mi vida y de mi hambre.