Si algo dominó con excelencia la escritora Daphne du Maurier (1907-1989) fue la capacidad de ahondar en los vericuetos más ocultos de la psicología humana para dar vida a personajes complejos, que esconden más de lo que muestran y que se dejan llevar por sus pasiones. Nacida en Londres en una familia culta, relacionada con el mundo de la actuación y la literatura, desde muy joven tuvo claro que su vocación era la escritura y fue la literatura el espacio donde encontró su espacio en una sociedad aún encorsetada pero que le regaló el reconocimiento casi inmediato. De su imaginación nació Rebeca, obra que fue aclamada en el papel pero que también se convirtió en un éxito internacional gracias a la adaptación que de ella hizo Alfred Hitchcock -como curiosidad, fue esa película la que popularizó en España llamar así a la prenda de vestir que la protagonista siempre llevaba-. Y también acabó siendo adaptada cinematográficamente dos veces su novela El chivo expiatorio, obra que publica ahora en España la editorial Alba.

Es el chivo expiatorio otro ejemplo de cómo Du Maurier era capaz de tejer historias envueltas en atmósferas oscuras, casi asfixiantes. Hay un punto de origen que la literatura y el cine han explorado ya en otras ocasiones. Dos hombres se conocen por casualidad y descubren que son idénticos y se deciden a cambiar sus vidas. John, un profesor inglés solitario, y el conde Jean De Gué, un noble venido a menos y con más cargas personales y económicas de las que está dispuesto a soportar. Y es en lo físico donde acaban sus coincidencias. John se convierte en el conde y descubre a una familia que se desmorona por la nefasta influencia que De Gué tiene en ellos. Si el noble es un personaje de oscuras pasiones y egoísmo llevado al extremo, John es su antítesis. Iguales en el exterior, contrarios en su fondo. Pues mientras uno se deja llevar por caminos para su propio beneficio, otro descubre que en la compañía y el amor se puede redimir y por ello intenta salvar a una familia que quiere sentir como suya.

Con una prosa cuidada, pero ágil, que consigue atrapar al lector, la escritora nos sumerge en una historia donde la esperanza y la desesperanza caminan de la mano, en la que el espectador espera que el drama se aleje, aunque sea imposible y en la que, como en la vida misma, la felicidad no está del lado siempre de quien la merece. John pronto siente amor por esa familia desestructurada, madres, hijos, amantes, esposa infeliz y comienza a trabajar para salvarlos y ofrecerles un futuro feliz que el verdadero conde les ha robado, pero aprende que las buenas intenciones no pueden curarlos a todos y que hay quienes no se pueden salvar ni a sí mismos. La novela provoca que el lector se plantee cuestiones que no siempre tienen respuestas. ¿La maldad nace o se hace? ¿Se puede no querer a tu propia familia? ¿Puede una sola persona provocar un daño de dimensiones infinitas? John cree que puede volver a pegar ese jarrón roto que es la familia De Gué y es ese empeño en hacerlos renacer a ellos y a la empresa familiar una metáfora del renacimiento que él mismo experimenta. Aunque la vida en forma del verdadero conde se volverá a cruzar en su camino, cuando incluso ha descubierto un amor que sabe que nunca será futuro. Y es que hacer el bien no siempre tiene la recompensa deseada. A veces la lección aprendida es para el que pierde y la victoria para quien no aprendió nada. ¿Es suficiente para el ser humano saber que ha prendido una llama de luz en la oscuridad de otros? Lean a Du Maurier y saquen sus propias conclusiones.