Hace años que tengo la sensación de que la literatura de viajes es un género que el público español considera menor: escasa relevancia mediática, pocos autores traducidos e imagino que pocas ventas. Es un error, pero allá cada uno. En este mundo “tan moderno y tan jodido” como cantaban nuestros clásicos, pensamos que con coger un billete de bajo coste y estar cuatro días en un país ya lo conocemos, cuando en realidad llegamos más lejos con un buen libro desde el salón de nuestra casa. Por eso para mí ha sido un descubrimiento la escritora búlgara, -residente en Escocia desde hace muchos años-, Kapka Kassabova y su propuesta de un viaje a lo que, desde nuestras tierras, es el otro confín de Europa. Ese mundo en el que convergen las fronteras de Bulgaria, Grecia y Turquía (la Turquía europea podríamos decir) y que fue en su día la mítica tierra de los Tracios, uno de los pueblos más fascinantes de la historia europea, quizá el único que nunca tuvo ambiciones expansionistas. Se trata, en fin, de un mundo lejano en lo geográfico, pero más cercano en lo cultural de lo que parece. No solo porque la magia de los bosques de robles es la misma en cualquier lugar, o esa energía que desprenden algunos lugares, como algunos santuarios tracios que recorre la autora se encuentra también en la nuestra Alcubilla, sino porque aquel mundo se pobló con miles de los judíos expulsados de los territorios de los reyes católicos en 1492. No en vano el mí maestro Lauru Anta siempre recuerda que la versión sanabresa de “El enamorado y la muerte” solo tiene parecidos razonables con las versiones recogidas en ciudades de aquella zona, como Esmirna o Salónica…

Kapka Kassabova

El libro es una reflexión pausada sobre la frontera, sobre el tipo de culturas y de personas que generan estos entornos, así como los modos de vida que acarrean. Aquí en Zamora tenemos la frontera estable más antigua de Europa y hemos perdido ya la memoria del peligro que ha tenido, siglo tras siglo, vivir en la Raya. Y es que hay otras fronteras, como las balcánicas, que no han dejado de cambiar hasta hace tres días en términos históricos: miles de personas fueron expulsadas de sus casas durante el siglo XX, primero con la consolidación de las fronteras entre la Turquía moderna, Grecia y Bulgaria, y luego cuando búlgaros de identidad turca fueron expulsados de su país mientras la dictadura comunista daba sus últimos estertores.

El libro es, también, en cierta medida, un ajuste de cuentas con el horror de aquella dictadura, un Estado tan pobre como totalitario que destrozó por completo a una sociedad que, treinta años después del final de la dictadura, no ha sido capaz de recuperarse aún por completo. La Bulgaria de entreguerras era un Estado normal, propio de su época, con industrias prósperas, como la del tabaco o la de las rosas, por ejemplo. Un estado que se modernizaba hasta que la guerra primero y el comunismo después cayeron como una losa sobre la sociedad búlgara. Y eso que uno lee la entrada de Wikipedia correspondiente a la República comunista y parece que están hablándole de un Estado normal. Un ejemplo de la autora: la siniestra Stasi, la policía política alemana, premiaba con quincalla a los guardias búlgaros que cazaran a los alemanes que querían huir por la frontera búlgara hacia Grecia o hacia Turquía, dos países de la OTAN. Más de 415 “desaparecieron” durante la vigencia del régimen, mientras que los asesinados en la frontera eran devueltos a Berlín como víctimas de accidentes. Los que no morían eran torturados y devueltos a su país de origen donde, si sobrevivían a los interrogatorios, pasaban varios años en la cárcel. Y por eso que en el recorrido el recuerdo del horror de la dictadura se entremezcla con el paisaje: muchos de los bosques que la autora recorre están lleno de fosas comunes a las que fueron a parar muchos de lo que protestaban en los años cuarenta contra la nacionalización obligatoria de las dos industrias agrícolas más rentables del país: la del tabaco y la de las rosas. En estos bosques encuentra también la autora los restos de los Goryani (literalmente, “los hombres del bosque) unos maquis que -estos sí- lucharon durante décadas por la democracia y la libertad de su país.

Frontera, de Kapka Kassabova

La autora enlaza estas historias del pasado con el presente de la zona, atestada de refugiados sirios y kurdos que luchan por cruzar la frontera, pero ahora en la dirección opuesta, una vez que Bulgaria es un Estado miembro de la Unión. La historia universal de la emigración que la autora nos propone, horrores y desgracias, pero también fortuna y superación, nos recuerda que son siempre las minorías las que salen perdiendo en todos los conflictos: cristianos en Turquía, musulmanes en Bulgaria, sirios ahora, kurdos en cualquier época. Pero también nos muestra un fresco de historias que tienen como fondo a la frontera, un lugar “del que ninguno de nosotros puede escapar”, como señala Kassabova. A nosotros, rayanos, nos lo van a contar…