Yolanda Fidalgo, el sabor de las historias en Zamora

La novelista Yolanda Fidalgo compagina tres oficios: las letras, el papel y el chocolate, un mundo de contrastes y sensaciones que traslada a cada uno de sus manuscritos

Yolanda Fidalgo, escritora

Yolanda Fidalgo, escritora / J. L. F.

1.700 kilos de chocolate al año y una página al día es la receta que Yolanda Fidalgo Vega, artesana del cacao y de las palabras, sigue al dedillo para sacar adelante dos de sus tres oficios: el tercero lo visita cada vez que puede en Madrid, donde encuaderna a mano los recuerdos de quienes confían en su destreza con el papel y la aguja.

El resto del tiempo, Moraleja del Vino se ha convertido en el hogar donde la literatura se funde con el chocolate, una combinación diaria para la autora de "La Música del Mal", la última novela que Fidalgo ha publicado y en la que ha decidido adentrarse en el thriller histórico.

Yolanda Fidalgo, novelista.

Yolanda Fidalgo, novelista. / J. L. F.

La pasión por las letras le viene de lejos. "Pensaba que de mayor me gustaría ser novelista, pero no me atrevía". El chocolate, sin embargo, llegó casi de improviso, un mundo en el que Yolanda lleva inmersa más de quince años junto a su pareja, Paul Octavio Martín, quien sostiene la otra mitad del obrador.

El certamen de literatura Marta de Mont Marçal fue el empujón que catapultó a Fidalgo y que abrió un camino nuevo para ella, en el que se ha enfrentado a cientos de páginas en blanco, y con las que ha compuesto sus tres primeras novelas y una cuarta que ya está en camino: la primera, "Más allá de los Volcanes", consiguió el primer premio de aquél certamen que marcó un antes y un después en su vida: "Estaba en clase de pilates", recuerda la galardonada sobre el momento en el que recibió la llamada del jurado, un premio especial para ella, y es que "había sido concebido como un regalo a una madre de parte de su hija". La historia surgió de un viaje a Lanzarote "antes de que yo me planteara escribir novelas", relata sobre cómo la isla consiguió encandilarla, un viaje cuya huella ha quedado grabada en las hojas de aquella primera novela y que impregnó en Yolanda la pasión por la astronomía y las estrellas, el punto de partida de "Las hogueras del cielo", la que fue su segunda novela.

Yolanda Fidalgo, escritora

Yolanda Fidalgo, escritora / CEDIDA

Desde entonces, las letras de Fidalgo han hecho viajar a miles de lectores al Lanzarote del siglo XIX, el París de la Primera Guerra Mundial, a las montañas de Pasadena e incluso al Nápoles de 1900, unas expediciones por el mundo en las que también participa su chocolate, ya que gracias al cacao, la pareja de artesanos es capaz de traer un pedazo de República Dominicana y Ecuador hasta Moraleja, un producto que trabajan con el mimo y la destreza necesaria para atemperarlo.

"En todas mis novelas las sensaciones y olores están muy presentes", continúa Fidalgo, mientras al fondo, Paul empieza a trabajar el chocolate sobre la mesa de mármol; el obrador no para y el aroma del cacao ecológico que trabaja la pareja llena tanto la sala como la conversación, y es que Fidalgo es especialmente detallista con las sensaciones que transmite en cada una de sus páginas, en especial, en su último trabajo: "El protagonista es un violonchelista ciego", explica sobre la atmósfera que envuelve "La Música del Mal", donde las descripciones de sonidos, esencias y texturas cobran vital importancia, una idea que Paul comparte: "el chocolate puede saborearse con todos los sentidos, incluso el sonido, aunque parezca mentira", explica sobre cómo sólo una tableta de buena calidad sonará al romperse.

Las ideas y la creatividad se entremezclan entre las páginas y el obrador. "A veces estoy haciendo chocolate y estoy pensando en qué es lo que le va a pasar a un protagonista", relata la artesana antes de empezar a atemperar una nueva remesa de cacao, un momento en el que no puede olvidarse de las historias que recorren su imaginación: "Cuando estás escribiendo tienes todo el tiempo a los protagonistas en tu cabeza", dice sobre lo que se ha convertido en inevitable.

Yolanda Fidalgo, novelista, trabaja con el cacao.

Yolanda Fidalgo, novelista, trabaja con el cacao. / J. L. F.

Las manos de Yolanda y Paul trabajan 1.700 kilos de chocolate al año, una cifra imponente para el pequeño taller ubicado en Moraleja, al que dedican largas jornadas de trabajo. Aún así, ella no descuida su faceta como escritora: "Hay que sacar todos los días un rato, si no, las novelas no progresan", confiesa sobre cómo avanza con pies firmes en cada uno de sus proyectos: "Al menos una página al día", y es que la escritura se asemeja a su trabajo como chocolatera, opina Yolanda, quien defiende que ambos oficios son "artesanos y creativos" y requieren la continuidad y pasión de cualquiera de las disciplinas.

Yolanda Fidalgo, escritora

Yolanda Fidalgo, escritora / A. B.

La vida después de "Más allá de los volcanes" ha pasado deprisa y Fidalgo ya está en pleno proceso de corrección de su cuarto libro. Esta vez, con un destino en mente mucho más cercano que Nápoles o Lanzarote: La Sierra de la Culebra, donde Yolanda hunde sus raíces, es el escenario de esta nueva aventura que, espera, pueda llegar lo antes posible. "Es un tema que tenía pendiente", dice sobre una novela histórica en la que se cruzan retazos de las tradiciones de Aliste y la llegada de la fotografía. "Encontré el personaje de los galocheros en el libro de "Usos y costumbres de Aliste" y supe que ahí tenía la historia", comenta sobre unos artesanos que durante el invierno, eran contratados en los pueblos para enseñar a leer y escribir a los infantes. Por eso, "el índice de analfabetismo de los pueblos de la Sierra de la Culebra era bastante más bajo que en otros lugares", explica la escritora sobre una costumbre que se mantuvo durante siglos hasta la implantación de las escuelas, el germen del que nace la historia.

Para el futuro, el cacao quizá tome protagonismo en alguno de los proyectos que le quedan por delante, sopesa mientras imagina los derroteros a los que le llevará su carrera como escritora, que promete, durará mucho.

Mientras tanto, Yolanda continúa impregnando el obrador de imaginación, el lugar en el que esta escritora traza sus historias mientras atempera chocolate.

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