Entrevista | Manuel Sanabria Carretero Autor de «Cuentos de la Sierra de la Culebra»

"Más allá del lobo y la naturaleza, la Culebra atesora una rica cultura oral"

Alistano de Figueruela de Abajo, acaba de publicar un nuevo libro: "Cuentos de la Sierra de la Culebra"

Se presenta el sábado 25 de mayo en el Museo Etnográfico a partir de las 19.00 horas dentro de la programación de actividades de la Feria del Libro de Zamora

"La despoblación tiene muchos efectos secundarios, entre ellos la desaparición de toda una tradición de leyendas y cuentos que hay que intentar conservar"

"Las cocinas, los bares o las meriendas al final de las tareas agrícolas daban lugar a muchas historias"

Manuel Sanabria Carretero con Figueruela de Abajo al fondo

Manuel Sanabria Carretero con Figueruela de Abajo al fondo / Cedida

Una se imagina al niño Manuel con los ojos como platos escuchando las historias que contaba su madre, Pura, al calor de la lumbre. Se imagina al chaval Manuel en los reposos, al final de las duras labores del campo y al abrigo de un buen bocado, atento a las fabulaciones y cuentos de los mayores. Se intuye el siempre despierto interés de este alistano –doctor en Psicología, autor de artículos en revistas de prestigio y libros con premios a sus espaldas–, por las conversaciones de barra de bar y noches de verano donde se dibujan los mejores paisajes de la infancia en el pueblo. Todo ello ha alimentado "Cuentos de la Sierra de la Culebra", una suma de leyendas, fábulas y relatos que hunden sus raíces en la fecunda tradición oral de Aliste y especialmente de Figueruela de Abajo, donde nació Manuel Sanabria Carretero.

–Una nueva incursión en la literatura con el Aliste de su infancia y su juventud de fondo.

–Sí. La motivación de este libro viene de una reflexión sobre la evolución de los pueblos de Aliste que lentamente van a menos, cada vez queda menos gente y todas esas historias, cuentos o leyendas que se mantenían y transmitían oralmente de padres a hijos poco a poco se van a perder. El libro es una manera de recogerlos para que no se pierdan. Aunque realmente el escribirlos es una cosa artificial, lo suyo sería que permanecieran de manera oral.

–Las fuentes surgen de su propia vida en casa, al calor de la lumbre, en la calle, en el campo. ¿Era una escuela de vida?

–Absolutamente. Muchas historias las escuché al calor de la lumbre con mi madre, que nos contaba cuentos o algunos hechos que eran medio fábulas. Como yo era el mayor y detrás venían los menores, pues ella las volvía a contar y yo los oía muchas más veces. Otras historias las oí en la calle, cosas de siempre como por ejemplo la historia de la torre de cestos que siempre se atribuyó a que los de Mahíde quisieron llegar a la luna con una torre de cesto. A partir de ahí está el relato. Y otras historias las he escuchado en las barras del bar, donde había buenos contadores. También por las noches, cuando aparecían personajes que te embaucaban con sus relatos y anécdotas. Las labores del campo, la trilla o el final de la siega, siempre acababan con un mantel en el suelo donde se compartía una merienda y surgían estas personas, contadores con gran habilidad para relatar anécdotas e historias que te hacían reír un montón. Yo eso lo viví de pequeño y de joven. Y hay relatos que surgen a raíz de alguna historia que yo le echo un poco de imaginación y les he dado un giro.

El lobo es un ser mítico que siempre ha estado ahí y ha condicionado la manera de pensar desde pequeñitos

–Tenían que ser memorables esos hilandares, las veladas al fresco en pueblos llenos de vida.

–Los hilandares los viví de oídas de pequeñito porque era más bien para los mozos y adultos. Pero sí, muchas historias se contaban en los hilandares. Y ahora queda una cosa muy interesante, que son las noches de verano, los bancos de la calle donde se junta la gente y se rememoran historias del pasado, anécdotas. Todavía hoy se hace, pero solo durante un mes. Los pueblos se han quedado para el verano.

–Eso demuestra la huella tan profunda que ha dejado la cultura de los antepasados. ¿Cree que le atrae a la gente joven?

–Hay jóvenes a los que les gusta escuchar las historias, aunque creo que el atractivo es mucho mayor con la música. Las canciones populares están resurgiendo y eso me da esperanza de que no se va a perder, incluso están sirviendo de fuente de inspiración para gente de fuera. Seria bueno que sucediera lo mismo con otras cosas.

–Aquellos contadores de los pueblos en general eran personas con poca cultura de escuela pero sorprende esa capacidad y lucidez para relatar.

–Es curioso, pero en la cultura de esos pueblos de Aliste donde yo viví había verdaderos artistas con gran facilidad de palabra oral y para contar estas historias, con un toque de humor que cada vez, en función de los oyentes, las modificaban un poco. Aquello te embaucaba. Aún queda alguna persona pero cada vez menos.

–La pena es que con ellos se pierde ese caudal tan rico de memoria y de historias transmitidas oralmente de padres a hijos.

–En parte se pierde por falta de escenarios adecuados, porque este tipo de situaciones se tienen que hacer en un ambiente de confianza y, lógicamente, en los pueblos va quedando menos gente, los bares se cierran o están prácticamente vacíos. Entonces estas personas se encuentran con gente extraña o en un escenario muy reducido que no anima. El grupo da entusiasmo, da alegría a la gente y si quedan poquitos, pues a lo mejor esto no surge de manera tan espontánea.

Hay jóvenes a los que les gusta escuchar las historias, aunque creo que el atractivo es mucho mayor con la música

–Otro efecto más de la despoblación.

–Es la vida, aunque tampoco podemos ponerle trabas porque la evolución de los tiempos es la que es y nos toca adaptarnos e intentar hacer lo que esté de nuestra mano para conservar un poquito de lo que nos queda.

–Por el libro transitan historias de pastores o del contrabando que tanta hambre quitó en los pueblos de la frontera, narraciones orales basadas en la propia vida de antaño o la onmipresencia de los animales.

–Exactamente. Algunos relatos son hechos reales, a veces un poquito exagerados para dar ese toque de chispa o humor que los contadores le ponían a la hora de narrarlos. Pero sí, muchos de ellos parten de una realidad, como por ejemplo el contrabandista de la Raya, hechos acaecidos y después transformados a nivel literario o adaptados por el contador.

–¿Por qué Aliste ha tenido tan fecunda tradición oral?

–Son territorios más aislados, que no contaban más que con las propias personas para pasar un buen rato y divertirse. Ese momento era en el bar, alrededor de la lumbre o al final de una tarea agrícola; eso se potenciaba al máximo y la gente lo agradecía con sus carcajadas y risas. Era la manera de crear una cultura popular muy sencilla, muy humilde, pero muy rica, variada y al mismo tiempo enriquecedora y de gran satisfacción para el público que lo oía.

–Por fortuna libros como el suyo o recopilaciones de canciones grabadas evitan que se extinga definitivamente ese legado.

–Es verdad que estamos perdiendo lo que era la vitalidad de los pueblos, la manera de producir, la música, las tradiciones. La despoblación tiene otras consecuencias secundarias que pueden pasar más desapercibidas y una de ellas es la desaparición de toda una cultura popular muy rica que hay ido creciendo a lo largo de mucho tiempo. La cultura culinaria, las canciones, los cuentos o la manera de vestir.

Ahora ves la sierra desnuda, pelada y sobre ella hay que poner un pliegue de recuerdos de cómo era antes

–Dedica el libro a las personas que lucharon en los terribles incendios del verano de 2022, ¿qué siente cuando mira a la sierra?

–Me ha dejado muy marcado ver cómo quedó la sierra arrasada por el fuego; te entra un sentimiento, pena y una morriña muy grande porque yo eso jamás lo volveré a ver. Tendrán que pasar 40-50 años para que vuelva a estar como lo he conocido desde niño. Eso da una pena muy grande. Ahora ves la sierra desnuda, pelada y sobre ella hay que poner un pliegue de recuerdos de cómo era antes. Por eso también la sierra es la columna vertebral que vertebra todas estas historias. Todo sucede en ese escenario.

–¿Qué significa la Sierra de la Culebra para los alistanos?

–Es una referencia de lo desconocido pero al mismo tiempo admirado. De ahí surgen historias de miedo, de misterio. Ahí está el lobo, muy presente con ese miedo que infundía porque era una amenaza para la manera de vivir de la gente. Si tenías que salir de noche a otro lado del pueblo, ¡que viene el lobo!. El lobo siempre en la sombra, más que nada en la conciencia, aunque no esté en lo real. Es un ser mítico, algo que condiciona la manera de pensar desde pequeñito, y también de adulto pues ahí sigue, en la sierra, que es su hogar. De pequeñito el lobo era una constante. Si no comes viene el lobo y te lleva. O jugando, si te alejabas de la presencia de tus cuidadores, tus padres, en seguida, no marches que viene el lobo. El lobo se utilizaba como un método educativo. Es verdad que ahora pasamos del miedo a la admiración. Ahora más que el enemigo es el amigo, de alguna manera sostiene negocios que surgen por la sierra relacionados con el avistamiento y el contacto con la naturaleza. En la Sierra de la Culebra ahora el lobo es el tirón.

–La cultura popular ha dado mucho a la literatura, ha generado mucha inspiración.

–Es verdad, porque la cultura popular son muchos creadores, muchos pensadores, es producto de la comunidad. Y eso corrige errores y añade mejoras de una manera impresionantes.

–¿Qué quiere que aporte este libro?

–Me gustaría dar a conocer la identidad de un territorio muy particular, muy rico, muy interesante. Dar a conocer la cultura oral que puede ser interesante para gente que la desconoce y al mismo tiempo poner la sierra en un punto de mira, pues más allá de la riqueza natural o del lobo, también tiene una cultura que merece ser puesta en valor.

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