Aún hay personas jóvenes que deciden vivir en los pueblos, y Aliste repasaba algunas de esas historias personales en la “Mesa de la Amistad Social” sobre la despoblación organizada en San Vitero por el Movimiento de Jóvenes Rurales Cristianos y el Arciprestazgo de Aliste y Alba. Historias como la de María Gómez, la de Daniel Martín o la de David González, que contaron por qué decidieron vivir en Aliste y qué dificultades encuentran jóvenes como ellos para desarrollar su proyecto de vida en la comarca.

El coloquio estuvo conducido por el sacerdote Teo Nieto, cofundador de la Coordinadora Rural de Zamora, tras una breve introducción por parte de Chema Mezquita, profesor en el instituto de Alcañices y una de las caras visibles del movimiento social de la “España Vaciada” en esta provincia.

Mezquita se encargó de poner en valor los activos de una comarca como Aliste: su gastronomía, su entorno natural y sus tradiciones. Y lo que de verdad hace a Aliste: las personas alistanas, la gente que vive en la comarca. “Si tenemos esta riqueza, ¿cómo puede ser que cada vez seamos menos los que estamos en Aliste”. La comarca ha perdido en la última década un 16% de sus habitantes y tiene una densidad de población de 6,5 personas por kilómetro cuadrado, una de las más bajas de Europa.

Ante esta problemática se plantean tres retos: luchar por los servicios públicos para mantener la calidad de vida; ser capaces de ofrecer vivienda a disposición de la gente joven, y oportunidades laborales.

Testimonios

María Gómez, una graduada en Publicidad y Relaciones Públicas de 28 años, desciende de Vivinera por línea materna pero siempre había vivido en ciudades. Hace cinco años, al acabar su carrera, apostó por trasladarse al pueblo de su pareja, San Juan del Rebollar. “Mis padres salieron del pueblo buscando darle a sus hijos una vida mejor y no entendían por qué su hija, recién salida de la Universidad, volvía al pueblo, pero ven que me va bien y ahora están contentos”, relató la alistana.

La primera dificultad, las telecomunicaciones: “Cuando llegué no pude ni avisar a mis padres porque en el pueblo no había cobertura de mi compañía de teléfono”, recordaba.

Pronto encontró trabajo en San Vitero, pero la segunda dificultad estuvo en encontrar una casa donde independizarse junto a su pareja. “La oferta era escasa o nula”. Después de mucho buscar encontraron una casita de alquiler, pero cuando decidieron quedarse permanentemente en San Juan y tener su propia vivienda se encontraron otro escollo: “el banco nos dijo que no nos daba ni un duro por hacer algo aquí. A todos se les llena la boca con la España Vaciada y el mundo rural, pero nadie te ayuda”. Después de dos años lograron cumplir su sueño.

“Aquí me siento libre, no hay contaminación ni ruido, tienes el campo a la puerta de casa, y lo mejor es la gente. Conoces a todos, aunque sean del pueblo más lejano, y en la ciudad no conoces ni al vecino de al lado”, afirmaba decidida María Gómez.

De Pamplona a Alcañices

Daniel Martín nació en Pamplona, pero su padre es de Arcillera y su madre de Alcañices. ”Desde siempre quise venirme al pueblo”, aseguró. Y a los 19 llegó para fundar su propia empresa, pero no encontraba casa, no había un mercado de viviendas en Alcañices, tanto que los primeros meses los pasó en casa de sus abuelos.

Tras un par de años encontró pareja y después de buscar mucho consiguieron un piso para los dos. “No me arrepiento de lo que he hecho, me gusta el entorno, la gente y trabajar en mi negocio”. Daniel lleva el diseño, instalación y mantenimiento de sistemas de protección de incendios, y también diseña proyectos de ingeniería.

David González estudió en Zamora, y aunque encontró trabajo relacionado con su formación, él quería volver al pueblo donde se crió, San Juan del Rebollar. Actualmente conduce un autobús de línea regular. “Lo mejor de estar aquí es que sigues en tu tierra, con la gente de siempre, aunque por desgracia van muriendo. Al principio llevaba un autobús de 22 plazas, ahora uno de 16 y suele ir vacío”, valoraba el joven.

Para terminar se abrió un coloquio. Una de las conclusiones fue que “el problema del mundo rural no es solamente económico, también hay un problema mental, cultural”, ya que la sociedad no valora como se merece lo rural, “pueblerino suena a paleto”, haciendo estos lugares menos atractivos para muchas personas, y urge cambiar esa forma de pensar que no refleja la realidad de hoy en día.