El huerto de Florentino Tijera Pérez –residente en la residencia de mayores de Los Rosales en Moraleja del Vino– no es un huerto cualquiera, porque aunque lo que crece en él es la cosecha habitual de la zona -tomates, lechugas, pimientos- su función va más allá de la del cultivo de hortalizas, y es que, según Esther Fernández, la terapeuta ocupacional del centro -y compañera de aperos- las labores del huerto son una actividad “muy significativa a nivel emocional” a la que, como en el caso de Florentino, los mayores suelen haber dedicado toda su vida.

Entre los beneficios del huerto terapéutico están “la autorrealización y aumento de la autoestima”, resalta Fernández, “el contacto con la tierra, con las plantas, esos olores típicos del huerto, les recuerdan esos momentos tan satisfactorios para ellos que a través de esta actividad que pueden volver a retomar”.

Cada día, Florentino visita al jardín de la residencia a “atender el huerto”, según sus propias palabras, ocupación que toma con conciencia y que en verano ocupa gran parte de su día, pues pasa ratos de la mañana y de la tarde entre las cinco grandes jardineras elevadas que componen “la huerta terapéutica”, preparadas para que no sea necesario agacharse y para que quienes estén en silla de ruedas, como Florentino, puedan disfrutar también del trabajo agrícola de manera mucho más independiente.

El espantapájaros del jardín. | Cedida Irene Barahona

“Antes había un huerto en el suelo, pero costaba mucho agacharse, se nos ocurrió usar jardineras elevadas para trabajar el huerto, es una actividad importante para ellos porque la mayoría lo han tenido en su casa”, comenta Fernández sobre el valor de esta práctica y el significado oculto que reside en ella.

El encargado de cuidar y dirigir la huerta este año es Florentino, a quien también ayudan sus compañeros a regar y cuidar los cultivos “todos pasan por aquí y echan una mano”, relata Fernández sobre la huerta, un proyecto comunitario que aporta a cada anciano algo diferente: recuerdos, independencia, ilusión y un proyecto día a día que los ayuda a cuidarse a sí mismos.

“Los ves animados”, relata Fernández, quien enumera las bondades de los trabajos agrícolas entre los residentes “por ejemplo, ayuda a las personas con deterioro cognitivo ya que es necesario recordar esos conocimientos adquiridos sobre dicha actividad para poder aplicarlos . Y por supuesto, a nivel físico.

Florentino Tijera Pérez durante la recogida de la cosecha. | Cedida

“Para Florentino es la ilusión que tiene”, confirma la profesional sobre este hortelano que, a pesar de ser amputado de las dos piernas, continúa acudiendo a sus labores en el huerto, gracias a una regadera que apoya en una rodilla, hasta que llega la época de la recogida y son muchos los compañeros que ayudan a ultimar los detalles de cada cosecha.

“Ha sido un huerto estupendo de bueno”, dice Florentino sobre el de este año, que le ha procurado tomates de más de 400 gramos y un par de 800 gramos, que como es costumbre de buen vecino, regala al personal del centro.

Este año se han incorporado las noras, una clase de pimiento, al elenco habitual de tomates y lechugas que esta cosecha ha dado una “producción excepcional” gracias a los sacos de abono que Florentino ha utilizado durante la temporada. En cada macetero son hasta doce las plantas que Florentino pone, una cosecha que gracias a su buena mano llena bolsas y bolsas para regalar.

Ya hace unos días que empezó el otoño, y Florentino ya tiene en mente la cosecha de invierno, que preparará en sus semilleros de surcos perfectamente rectos y con poca tierra, como ha hecho toda su vida, y que cuidará cada día hasta que sea la época de plantar. La huerta es su pequeño proyecto personal al que no le ha escatimado ilusión. Y es que, en la huerta de Los Rosales, lo de menos, es cuidar de los tomates.