Un grupo de personas sigue el espectáculo de la berrea en uno de los enclaves de la sierra de La Culebra donde los ciervos se muestran sin reservas. | A Saavedra

Asiento de primera fila para la berrea

Asiento de primera fila para la berrea

Asiento de primera fila para la berrea

El extremo noroeste de la Sierra de la Culebra es uno de los enclaves elegidos por los espectadores locales para asistir en primera fila al cortejo del ciervo. La berrea, algo excepcional para el turista ocasional, es un espectáculo faunístico de septiembre esperado con interés por los habitantes del medio rural, aunque alguno no pueda dormir por los cercanos berridos de los machos.

A falta de cines, teatros, pinacotecas, óperas y demás entretenimientos vetados a los pueblos, la berrea es una puesta en escena admirable, un espectáculo de la naturaleza ofrecido en directo y con asiento de primera en muchos pueblos. Al público nacional se suma el espectador de Portugal que estas fechas coge gustoso el camino de la frontera. Hay un punto, al oscurecer, donde la luz titilante de Santa Cruz y la deslumbrante luminosidad de Braganza alumbran el horizonte trasmontano de un modo asombroso.

Santa Cruz de Abranes es uno de los lugares elegidos por los locales amantes de la fauna porque se obtienen excelentes vistas sin salir siquiera del camino. La sinfonía ronca, que Vivaldi olvidó en su Otoño, no ha parado en estos días de veranillo de San Miguel en las lomas de urces, escobas y castañeiros de un amplio radio entre Santa Cruz, Calabor y Rihonor. Es difícil aventurar cuántos machos compiten en cuatro o cinco kilómetros alrededor del pueblo, pero al menos una docena de machos se dejan ver con sus cornamentas erguidas y como banderas en el camino de Santa Cruz a Rihonor.

“Se ven prácticamente a cualquier hora” comenta una vecina mientras divisa dos ejemplares en la ladera contraria al depósito del agua, a la entrada del pueblo. Asiste a la carrera de un macho que trata de evitar que le arrebaten a su grey femenina. Algunas tienen poco interés en los flirteos y cruzan la carretera con las crías de este año.

El berrear es casi continuo en el fondo de los pequeños valles y de las lomas, desde el ocaso hasta el amanecer, e incluso durante toda la mañana. Al despuntar el día, dos machos compiten por cuatro hembras, mientras un vareto (macho joven) mira expectante la carrera.

El macho aspirante, como de unos cuatro años, tantea dos manadas a ver si puede quitárselas al vecino. Es imposible. Los machos dominantes hacen gala de su técnica. Se vuelven poderosos hacia el retador mientras conducen a las hembras lejos del oportunista. Se mueven en torno a las hembras para conservarlas en su redil y evitar fugas hacia el competidor. Con los cuernos tantea a su competidor, entrechocando solo una vez sus trofeos a ras de suelo, y el jefe se distancia con sus hembras.

En el frescor del arroyo, al fondo del valle, el sonido del ciervo reverbera brindando una de las acústicas más atrayentes. Una hembra con una cría cae en la trampa y se gira para emprender la huida. En la ladera opuesta un macho sale del fondo del valle y arrastra a tres hembras lejos del amo del arroyo, por si acaso.

Parece que hay algo de tregua a la hora de la siesta, los 25 grados de temperatura, soleado y tanto ajetreo nocturno fuerzan una pausa y a buscar las zonas junto a los regatos y arroyos. Perdices y algún zorro aprovechan para dar una vuelta ahora que el monte está más sosegado, aunque algún tenor recuerda entre las escobas que hay competencia. Las hembras que tampoco paran de correr para huir, que no están muy receptivas, aprovechan para comer previo a la noche que se avecina.

El cambio de tiempo suele marcar el fin del rito de apareamiento de los ciervos, coincidiendo esta vez con la entrada del mes de octubre.

Escenas de este vigor y realismo se suceden ante la mirada de los espectadores año tras año porque la noble especie es protagonista del mejor espectáculo de la naturaleza. De repente suena un tiro. Es fecha elegida por cazador para buscar el trofeo . Agentes de la guardería medioambiental vigilan desde un altozano un amplio territorio convertido en un teatro que ofrece, estas noches, la berrea.