Nunca los pendones estuvieron tan solos. Entre los estragos provocados por la pandemia del coronavirus, la suspensión de las romerías de primavera, que en la comarca de Sayago viven su máxima expresión el primer fin de semana de junio con la fiesta de Los Viriatos de Fariza, declarada de Interés Turístico Regional.

Los gigantes de tela no pudieron este año rendir honores a la Virgen del Castillo, la patrona de los pueblos del Bajo Sayago, que en condiciones normales hubieran celebrado la multitudinaria procesión hasta la ermita que mira a los arribanzos. No pudo ser, demasiada multitud para un virus que prohibe hasta un apretón de manos. Pero Fariza y sus pueblos, junto a Argañín, no quisieron renunciar al menos al acto simbólico de su emblemática romería, erigiendo los pendones a lo largo de la carretera, junto a la iglesia parroquial. Fue casi en la intimidad, sin dar demasiado ruido para evitar muchedumbres que pusieran en riesgo la tranquilidad sanitaria de este rincón de Sayago.

A primera hora de la mañana de ayer, se levantaban los pendones de Argañín, Tudera, Zafara, Badilla, Palazuelo, Mámoles, Cozcurrita y Fariza. Un crespón negro en cada una de las enseñas advertía de que no era un año cualquiera. "Hemos querido recordar y homenajear a las miles de personas fallecidas durante la pandemia, y a la vez expresar la pena por esa soledad tan grande en un día que debería haber sido de fiesta y reencuentros" expresaba Manuel Ramos, alcalde de Fariza.

Cuando sucede un hecho tan extraordinario como la suspensión de la romería, ex inevitable un ejercicio de memoria. Cuenta el alcalde que el antecedente más inmediato se remonta a más de medio siglo atrás, cuando no pudo celebrarse la procesión de los pendones por el "enorme frío y la lluvia que caía, era como un día de invierno y se decidió no salir".

Una excepción que se ha vuelto a repetir este año de 2020, inolvidable para tantos sayagueses y sayaguesas obligados a quedarse en casa. Los más de casa pudieron asistir a la misa en la parroquia de Fariza, separados, protegidos y guardando distancias. Cuentan que algunos no renunciaron a la comida campestre en torno a la ermita, cerrada a cal y canto.