Entre rosquillas y limonada
La campa bulle de actividad desde primera hora de la mañana
Los hubo muy madrugadores, de esos que llegan cuando todavía no ha partido la procesión desde Morales del Vino; los hubo trasnochadores, con la voz ronca, el peto de la peña, la limonada en la mano y las gafas de sol para tapar las ojeras de una noche larga; y los hubo más rezagados, trabajadores que aprovecharon la tarde para acercarse a la campa donde la música animaba las casetas hasta que la noche se adueñó de la ermita. Los hubo de todos los tipos y en todo momento reinó la concordia en un día festivo que no brilló con un sol radiante como el pasado año pero en el que la lluvia perdonó y permitió a centenares de zamoranos y moralinos vivir una de las grandes romerías de la zona.
No faltaron los puestos de venta de rosquillas, garrapiñadas, caramelo de azúcar y avellanas. Una tradición que pervive en el tiempo bien sea en Valderrey, en Fátima, en Morales o en La Hiniesta. Los primeros que llegaron echaron mano de un chocolate con churros para calentar un poco el cuerpo. Otros pasaron directamente al aguardiente, la limonada, la caña, el corto o el calimocho y lo acompañaron de montaditos, raciones y bocadillos.
Y no faltaron los más tradicionales, los de la nevera y el tupper: tortilla, pimientos, filetes empanados, hornazo, la bota de vino, el termo de café, las sillas de campo y la baraja de cartas. El kit del romero zamorano que no quiso perderse el día del Cristo de Morales.
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