¿Qué echa de menos en Olmo? Andrés Pérez se da unos segundos. "Nada ... a la familia". Andrés es uno de tantos hijos de la emigración que buscaron futuro en el País Vasco y, ya jubilado, junto a su mujer, Lola Fernández, pasa largas temporadas en el pueblo, donde se sienten "encantados", aunque sea en pleno invierno. Ellos echaron raíces en Santurce, uno de los municipios de la Margen Izquierda donde se asienta una notoria colonia de hijos de Olmo de la Guareña, a los que ni la distancia ni el tiempo han despegado de su origen.

Es uno de los valores del último pueblo del sureste de Zamora, un singular emplazamiento en el vértice del mapa provincial que hace de sus vecinos un poco ciudadanos del mundo, medio zamoranos, medio salmantinos. "Somos de La Guareña" responde una olmera emigrada en Salamanca cuando se le sitúa ante la tesitura de su cuna. Como ella, muchos hijos del Olmo desde hace 40 años para acá han nacido en Salamanca donde, por proximidad, les corresponde la atención sanitaria: el centro de salud en Pedrosillo y el hospital de referencia en la capital charra, mucho más próxima que Zamora. Isidoro Alonso, el último nacido en el pueblo en 1970, lleva a gala tan señero alumbramiento y así lo recuerda en cuanto surge la ocasión.

¿Son entonces zamoranos o salmantinos los hijos del Olmo? "En muchos aspectos nos sentimos de Salamanca porque, salvo para cosas oficiales que vamos a Zamora, allí lo hacemos todo. Pero yo nunca digo que soy de Salamanca" precisa Consejo Hernández, una de las 16 personas que residen de forma permanente en este pueblo pedáneo del Ayuntamiento de Vallesa.

No es escaso el anecdotario sobre los límites del Olmo. Cuentan los mayores que, para asombro de los gobernadores, había un punto donde te sentabas en una mesa y podías estar ocupando tres provincias. "Yo tenía un tío muy gracioso que cuando venía de Francia le decía a mi madre: Modesta ya he hecho Olmo más grande porque he corrido la piedra para Valladolid" evoca con gracia Consejo.

Esta vecina se declara feliz en su pueblo. "Vivo estupendamente aquí" resume. ¿Servicios básicos? "En general están cubiertos, es verdad que el médico viene solo una vez a la semana y siempre quieres más, pero si te pones malo o necesitas algo lo tienes en Cañizal y si es algo más urgente está el 112". El lamento general es la imposible conexión a Internet y una cobertura de móvil manifiestamente mejorable. Otra vez la brecha digital como uno de los principales males del mundo rural, de la que no se libra Olmo de la Guareña.

Teodoro García, el vecino más veterano con sus florecientes 91 años, no quiere oir hablar de otro destino que su pueblo. "Tengo dos hijas en Bilbao y otro aquí en Cañizal que está pendiente, como mi nuera, pero yo me apaño bien" cuenta el saludable nonagenario que no conoce un hospital. "Cuando tengo algún dolor en la cama, me levanto, cojo la bicicleta y se pasa". Con el inseparable vehículo acude a diario al huerto, donde siembra "un poco de todo ¡y lo cosecho!", matiza orgulloso. Allí pasa buena parte del día, tranquilo porque sus vecinos saben de su paradero. "Somos pocos pero nos entendemos muy bien, estamos pendientes unos de otros, cuando a uno no se le ve "escapao" se le echa de menos y vamos a ver dónde anda. Es una ventaja muy grande" cuenta Teodoro todo ufano. "Nos acompañamos todos" certifica Consejo Hernández.

A diario, se abre la tienda durante unas horas, igual que el bar

La visita diaria a la tienda que abre a diario Fernando Viruega es otro termómetro del dinamismo del pueblo. Garantiza el pan reciente y además "igual te vende una bobina que un paquete de arroz, un electrodoméstico o un mueble de cocina" cuentan los vecinos. Así es, Fernando se desplaza cada día con la furgoneta desde Vallesa y abastece a los olmeros de todo lo que necesiten, si no lo lleva se lo encargan y arreglado. "Casi es un servicio social -comenta el panadero y comerciante-, sobre todo ahora en el invierno, luego va viniendo la gente y la cosa se anima, pero las grandes superficies comerciales nos hacen polvo".

El verdadero punto de encuentro de los olmeros es el bar que Fernando Portilla abre a diario durante unas horas, aunque en el día a día sean contados con los dedos de una mano los clientes que ocupan la barra. "Vengo sobre las 12 de la mañana hasta las 3 de la tarde y luego de 7 a 9.30 ó 10. Hay que estar a las duras y a las maduras; en verano funciona muy bien y no me parece justo cerrarlo en el invierno porque haya poca gente" cuenta Portilla, vecino de Vallesa (a unos 3 kilómetros de distancia) y concejal en el Ayuntamiento.

Nadie como él, a caballo entre los dos pueblos, para percibir ese soterrado "pique" que suele distinguir a los habitantes del municipio de cabecera de los anejos; en este caso Vallesa y Olmo. "Algo hay" acierta a decir sin ánimo de crear polémica. "Cuando vine aquí hace 28 años el alcalde era de Olmo y claro que influía, pero también es verdad que desde el Ayuntamiento se ha atendido al pueblo". Polémicas no han faltado; la más sonada, a cuenta del agua, generó un enfrentamiento con la alcaldesa de Vallesa. "No ha vuelto pisar por aquí" se limitan a comentar en el anejo sin ánimo de generar polémica.

Y así como se reconocen logros municipales, como el arreglo de la carretera a Vallesa, la planta de tratamiento para terminar con los problemas de contaminación del agua o el autobús semanal a Salamanca pasando por Pedrosillo para poder realizar las analíticas; también les resulta irritante contemplar un parque infantil en completo abandono. Ningún niño corre a diario por el pueblo, pero los fines de semana y no digamos el verano, Olmo de la Guareña recupera la vitalidad y el esplendor de antaño, cuando los críos corrían por las calles y llenaban la escuela. Todo terminó en 1982, cuando la maestra doña Socorro dio clase a los últimos 9 alumnos. Desde esa fecha, se trasladaban a Fuentesaúco. Hoy ningún niño habita el pueblo.

La emigración empezó a hacer estragos y Olmo se fue vaciando hasta los apenas 16 vecinos que viven hoy. Cuentan que hace medio siglo, el 1 de agosto llegaba un autobús de olmeros procedentes del País Vasco que volvía a recogerlos el 31. Hoy lo hacen en sus vehículos con idéntica fidelidad y fortaleza, llenando en verano literalmente hasta la bandera las casas del pueblo. "Aquí pueden juntarse más de 500 personas los días gordos de agosto" presumen los vecinos. Una espectacular multiplicación que demuestra el arraigo por las raíces.

El vínculo es evidente solo con darse un paseo por las calles. En Olmo no hay apenas construcciones viejas ni casas derruidas; "aquí se cae un ladrillo y ya se está poniendo, siempre hay un albañil en el pueblo" alardean. Ni mucho menos viviendas abandonadas. Cuentan los olmeros que, salvo excepciones, todo lo que sale a la venta se compra. Hijos del pueblo que viven fuera pero quieren tener un lugar donde pasar las vacaciones o lo que se tercie.

Hay matrimonios ya jubilados que cada vez prolongan más la estancia en el pueblo y agrandan la pequeña comunidad de resistentes, los que viven de forma estable, como Consejo Hernández junto a su marido o Teodoro García, a quien sus boyantes 91 años le permiten una perspectiva de lo que fue y es hoy el pueblo, de aquellos tiempos de prosperidad agrícola y ganadera, hasta que la mecanización del campo y la industrialización empujaron a una emigración masiva que dejó a los pueblos en franco declive. "La gente se empezó a marchar, familia tras familia, y así nos hemos quedado". Hoy la actividad productiva se limita a un ganadero y cuatro agricultores; el resto, jubilados que no cambiarían por nada su vida en esta esquina de Zamora que en realidad se siente como en el centro del mapa.

La iglesia de San Andrés, joya del románico mudéjar

Enclavada en el corazón del pueblo, la iglesia de San Andrés es la joya y orgullo de los olmeros. El pequeño templo mudéjar, declarado Bien de Interés Cultural, atrae cada año a grupos de visitantes locos por conocer bellos y escondidos monumentos que pueblan en mundo rural. De su cuidado, limpieza y custodia se encargan Consejo Hernández y las hermanas Yayi y Leo Martín, que mantienen la iglesia como una tacita de plata.

Recuerdan cómo a mediados del siglo pasado un sacerdote descubrió casualmente el retablo escondido tras las paredes encaladas de la iglesia. "Se cayó algo de la pared y al mirar vio que había algo debajo, en seguida llamaron al Obispado y para nuestra sorpresa estaba todo el retablo". Pese a que algunas de las obras terminaron en Zamora, el templo conserva tallas destacables como la de San Andrés, San Antonio arrodillado o la Virgen de la Paz, patrona del pueblo. Una vez a la semana, los sábados, las puertas del templo se abren para la misa con un puñado de fieles que han formado un modesto pero activo coro parroquial.

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Zamora Desaparece | Olmo de la Guareña: En el centro del mapa