El inicio de la primavera quedó ayer marcado por el precioso recorrido de la luz equinoccial en el interior del templo de Santa María de San Martín de Castañeda. Al compás de los minutos, con el rayo solar y la claridad del segundo día de primavera entró un espectacular amanecer entre los muros enclaustrados del templo, declarado Monumento artístico nacional en 1931.

Poco después de las siete y media de la mañana la claridad anunciaba la llegada del astro rey al complejo conventual, que se fue posando en el rosetón y en todos y cada uno de los capiteles de la nave central hasta llegar al crucero. Casi una hora de pura observación de luces atrapadas entre los sillares, ajenas a la tecnología binaria.

El sanabrés Javier Gallego, de Vigo, aunque con vinculaciones familiares en San Martín, comprobó hace dos años el recorrido de la luz en el interior del templo con motivo del equinoccio de primavera, que se repetía en el equinoccio de otoño.

En esa primera ocasión pidió la llave del templo, sospechando que la misma visión de Santa Marta de Tera y otros templos podía verse en el extremo occidental de la comarca, y entró al edificio. El privilegiado espectador se fijó con detalle en lo ocurrido y fotografió la luz solar iluminando primero el rosetón, y luego el capitel del crucero.

En la segunda ocasión otoñal, la niebla y la lluvia anularon el espectáculo solar pero el fenómeno tiene su realidad año tras año. En la tercera ocasión, en una jornada clara y propicia como la de ayer, la observación fue más profunda y contó con la presencia de un grupo reducido de madrugadores sanabreses que quisieron ver con sus propios ojos el acontecimiento.

A las ocho menos veinte la claridad comenzó a inundar el templo y fue posible ver la llegada concentrada del rayo de luz, desde el ventanal del hastial. La luz blanca y diáfana se fue desplazando a lo largo del muro, posándose progresivamente en los cuatro capiteles del lado izquierdo, según se entra al templo.

En un momento determinado la claridad llega a abarcar más de un elemento arquitectónico y llega a culminar en el crucero.

El templo se compone de tres naves, cada una con un estrecho vano aspillado definitorio del estilo sobrio románico, todos los ventanales estrechos se sumaron al juego de luz, aunque el que brinda la luz equinoccial es el situado en el segundo cuerpo de la nave central.

Los monjes de San Martín de Castañeda fueron los últimos moradores conscientes de observar esta entrada celestial de la luz por los ábsides. Redescubrir el recorrido del sol en el sobrio románico es una asignatura pendiente para muchos vecinos de San Martín de Castañeda y posiblemente un nuevo atractivo turístico asociado al convento cisterciense de San Martín.

La luz ha entrado en silencio desde hace más de un millar de años bajo la atenta mirada de los monjes, y ha seguido entrando más de 200 años sin testigos, desde 1835 tras el decreto de exclaustración de los conventos y la conversión del templo conventual en iglesia parroquial desde la Desamortización.