Los espantes saucanos tienen ganada su fama y un sitio en calendario de los taurinos que se traduce en una gran concurrencia de miles de espectadores y en que muchos hablen del espectáculo con solvencia por haberlo seguido, año tras año, desde la infancia o, si son de lejos, desde la juventud.

El primer espante taurino organizado ayer en el prado de La Reguera de Fuentesaúco, con motivo de las fiestas de la Visitación, destacó por la armoniosa y correcta ejecución en cuanto a organización, la disposición de los diferentes protagonistas y el desarrollo; con los cuatro astados, los cabestros, los caballistas y los espantadores cumpliendo su papel con una pureza admirable. Pero pecó de exceso de proteccionismo y supercontrol que eliminó la autonomía de las reses bravas, las carreras, las embestidas y las tensiones. De este modo, mientras unos elogiaban la rectitud, otros criticaban la total ausencia de tensiones que crearon una atmósfera de vacío.

En el transcurso de una hora se confeccionaron tres espantes con un orden y una gestión alabada por el público entendido que siguió evento con expectación. Algunos afirmaban que se dio cumplimiento a los tres espantes mínimos exigidos. Los novillos, negros como carboneros, no salieron en ningún caso desde el fondo de la pradera, y todos los enfiles partieron desde la mitad de la finca, con una suavidad y en un empuje cariñoso y exento de mínima agresividad. Rodeados de jinetes, y arropados por los bueyes que les superaban con creces en corpulencia, los novillos avanzaban invisibles y pacíficamente para, a unos 150 o 200 metros, echarse hacia adelante toda la comitiva como impulsada por un incendio interior. Eran un minuto o dos de actuación y quince o veinte de silencio, que algunos aficionados califican de aburrimiento.

El primer espante se condujo hacia la zona de los espectadores situados en el muro del paseo, los otros dos terminaron con los animales enfocándose hacia el punto de querencia y recuperándose donde habían pasado las horas de asueto. Era tal el hermanamiento que daba la impresión de que todos los participantes llevaban conviviendo largo tiempo o que habían congeniado a la perfección en el prado.

Todo comenzó a las diez con los espectadores y las peñas situadas en sus respectivas tribunas del cerco, más los versos sueltos que siempre se colocan junto al charco de agua, el pilón o, como el llamado por algunos "hombre de la vara", al amparo de un regato.

En esta ocasión se contrataron novillos-toros de las ganaderías de S. Miguel y Torres Gallego, y los espantes estuvieron dirigidos con cerco por la empresa Campo Alcarreño S. L.. No hubo en todo el tiempo compartido en la Reguera ni un momento de descontrol. Ninguno de los animales tocó ni se acercó siquiera a la laguna donde terminan otros años los bóvidos, equinos y jinetes. En este primer encierro los patos hicieron una vida cotidiana sin sobresaltos.

Unos cuarenta caballistas salieron -también amazonas- al prado de la Reguera, que mantuvieron una disciplina llamativa. Los toros gozaron de toda la tranquilidad y respiro entre espante y espante. "A los toros hay que ir a esperarlos. Los toros no tienen espera" expresaba un espectador, colocado en su puesto con mucha antelación. Los jinetes fueron congregándose poco a poco y, llegada la hora, se acercaron a los novillos. "Ya les están moviendo" expresaban los espectadores. Y todo era mirar sin perder ripio. Fue un evento ceñido a la actuación específica, sin dispersiones en correrías, recortes y otras adrenalinas.

Un cohete lanzado a la 10.55 horas anunció la apertura de puertas y, veinte minutos después, cuando el recorrido se daba por despejado, se puso punto final al espante con un cuarto enfoque hacia el punto de espantadores que maravilló al respetable porque jinetes, novillos y cabestros salieron del prado y entraron en la calle formando una sola y enérgica masa. Lo hicieron a gran velocidad y pletóricos de fuerzas. Los aficionados aplaudieron este remate y, sin pérdida de tiempo ni valentías o gestar que contar, abandonaron la Reguera. El encierro de calle que siguió el festejo fue otra faena taurina más recreativa.