Los hijos de Argusino volvían ayer a casa. Como cada mes de mayo, los desahuciados en 1967 que todavía viven, sus hijos y sus nietos, se congregaban en torno a la ermita de la Santa Cruz, a orillas de las aguas que hace medio siglo se tragaron sus casas, pero no su pueblo, pues Argusino mantiene muy vivo su espíritu de comunidad gracias a actos como la romería de ayer y a iniciativas como la conmemoración del medio centenario de su inundación bajo el embalse del río Tormes. Hoy, los argusinejos todavía luchan por rebautizar ese embalse con el nombre de su pueblo para no desaparecer del mapa.

La ermita volvió a ser el epicentro de la celebración, con una concurrida misa en la que se recordó a los argusinejos fallecidos, antes de desfilar en procesión con la Virgen del Rosario y al ritmo de los tamborileros hasta la orilla del embalse para rezar por todos los antepasados que descansan debajo de las aguas, a pocos metros de allí, en el cementerio que ha pasado a formar parte del fondo del embalse.

La fiesta sirve, además, para que los argusinejos dejen cada año constancia de que siguen siendo pueblo, para revivir los recuerdos que los de mayor edad guardan de los años en los que sus calles rebosaban llenas de vida, y para reencontrarse esas generaciones que todavía vivieron en Argusino y las nuevas que ya nacieron en la diáspora.

Para ellos, el pueblo es mucho más que una fiesta anual a orillas de un embalse o un conjunto de "batallitas" del abuelo, los jóvenes también sienten Argusino como algo suyo y están dispuestos a trabajar para conservar su memoria, como demuestran aquellos que forman parte activa de asociaciones como Argusino Vive. El año pasado se implicaron en la conmemoración del medio centenario de la inundación del pueblo y este año han vuelto a organizar una carrera popular, la proyección de dos documentales sobre Argusino, o el ya tradicional campeonato de pesca en las aguas del Tormes que ganó Cristina Olea en la modalidad de feeder y Jonathan Díez en la modalidad de agua dulce.