Las carreteras no son, precisamente, un hábitat hospitalario para la flora y la fauna. Sin embargo, diversas especies de animales se han adaptado a buscar comida en ellas, otras se han visto obligadas a atravesarlas de forma regular y un tercer grupo ha tenido que aceptar su vecindad. En todos los casos corren un gran riesgo en cada contacto con las vías de tránsito de vehículos, como constatan los altos índices de mortalidad. A su vez, algunas plantas han hecho fortuna gracias a las carreteras, utilizándolas como viveros y como vectores.

Los atropellos de animales atraen a muchos de los comensales que vigilan desde los postes del tendido eléctrico, las farolas y las señales de tráfico o que patrullan en vuelo sobre los caminos de asfalto. Carroñeros como el milano negro y la corneja negra se sientan habitualmente a esta "mesa", donde cuesta poco encontrar cadáveres de pequeños y medianos mamíferos, aves, anfibios y reptiles.

A veces, ellos mismos se convierten en parte de las estadísticas de mortalidad y entran en el menú de los buscadores de carroñas y despojos. Otras aves rapaces se acercan a las carreteras como depredadores activos, así el busardo ratonero (que tampoco desprecia los cadáveres), el cernícalo vulgar y, en el turno de noche, la lechuza común o curuxa: muchos roedores se mueven por las cunetas y aquí están más expuestos que en los prados y en los campos de cultivo. Por esta misma razón, la lavandera blanca o mariagarcía "caleya" por los arcenes, en su caso buscando insectos (que también obtiene de los vehículos estacionados, picoteando mosquitos, moscas, mariposas y escarabajos estampados en la carrocería).

Pero, sin duda, es mucho más peligroso cruzar las carreteras que rondar por ellas, aunque también los merodeadores tengan que cruzarlas en no pocas ocasiones y paguen un peaje por ello. Para especies como el erizo europeo y el sapo común se han convertido en una maldición, en su primera causa de mortalidad, una circunstancia favorecida en el anfibio por la formación de pasos donde se concentra en las fechas de apareamiento el tránsito hacia los lugares de cortejo y de puesta, que se repiten de año en año. También los pequeños y medianos carnívoros, desde la comadreja y el armiño hasta el tejón, la nutria y el zorro, sufren numerosas bajas por atropello. Y no puede olvidarse en esta enumeración al jabalí, que no solo cae con frecuencia en las carreteras, sino que, dada su corpulencia, provoca accidentes de circulación que, cuando menos, ocasionan serios daños en los coches implicados en las colisiones.

El gremio de residentes es difuso, pues, si bien hay muchas especies que viven cerca de las carreteras, procuran hacerlo de espaldas a ellas. La interacción, en todo caso, es circunstancial. El mirlo común es uno de los vecinos habituales de las vías de comunicación, en las que muchos perecen por su costumbre de cruzarlas en vuelo rasante. No pocas parejas de urraca común construyen sus nidos con vistas a las carreteras, lo que expone a los volantones a un riesgo añadido en sus primeros vuelos, aunque también les ofrece cierta protección, en lo que tienen de barrera disuasoria frente a los depredadores, y les proporciona alimento, pues la pega forma parte, asimismo, de los carroñeros practicantes y no está mal eso de tener un servicio de "comida rápida" a la puerta de casa.

La asociación más afortunada con este hábitat se da en las plantas, en concreto en las especies exóticas invasoras, que aprovechan la alteración del terreno en cunetas y taludes para hacerse un hueco (compiten ventajosamente con la flora autóctona en tales situaciones) y expandirse, como ejemplifica, de forma elocuente, la hierba de la pampa, una plaga que ha prosperado "sobre ruedas" (y "sobre raíles", pues también se sirve de las vías de ferrocarril como vectores). El propio paso de vehículos genera corrientes de aire que facilitan la dispersión de sus semillas.

Viajeros sobre ruedas

  • Las carreteras actúan como vías de difusión para algunas especies. Este efecto beneficia, sobre todo, a las plantas exóticas invasoras, que encuentran en los ambientes alterados de taludes y cunetas un medio óptimo para prosperar y expandirse. La hierba de la pampa o plumero (Cortaderia selloana), procedente de Sudamérica y convertida en plaga, es el ejemplo por excelencia, pero hay otros casos.

Paseantes forzosos

  • Para muchos animales, las carreteras representan un obstáculo a salvar (a veces, son una barrera infranqueable). Cortan territorios, áreas de campeo y rutas migratorias o dispersivas. Cruzar la calzada implica un alto riesgo, pero no queda otra que asumirlo. Algunas especies pagan un alto precio por ello y perecen en masa, atropelladas o golpeadas por los vehículos que pasan. La red viaria regional presenta varios "puntos negros".

Asomados al asfalto

  • Vivir al pie de la carretera tiene sus ventajas y sus inconvenientes para la fauna, lo mismo que para las personas. Aunque los segundos suelen pesar más que las primeras, pues el menor descuido puede tener consecuencias fatales. Esa factura la pagan, sobre todo, los ejemplares jóvenes, sin recursos para sortear los peligros del tráfico.

Merodeadores oportunistas

  • Las vías de comunicación resultan interesantes para diversos animales oportunistas, que sacan partido de los atropellos, como carroñeros, y de la alteración del hábitat en las márgenes, cuya escasa cobertura vegetal facilita a los depredadores la captura de presas.