Cuando se cumplen cien años de la inauguración del Puente de Requejo, Bermillo de Sayago rememora la historia de la emblemática obra civil que debe su impulso a un prohombre de la villa, Federico Requejo. Una exposición en el edificio del Ministerio de Trabajo evoca aquella proeza de la ingeniería, que se situaría en la vanguardia internacional, y de gran calado social en la medida que puso fin al secular aislamiento entre Aliste y Sayago.

La asociación cultural "La Mayuela", con el apoyo de los ayuntamientos de Bermillo y Villadepera, ha abanderado el centenario del Puente de Requejo con una muestra inaugurada ayer por el delegado de la Junta, Alberto Castro, y que permanecerá hasta el 17 de agosto. Documentos del proyecto, perfiles de sus protagonistas, fotografías, presupuesto, anecdotario y reseñas de prensa dan contenido a la exposición. Destaca una maqueta del Puente de Requejo, cedida por el Ministerio de Fomento para la ocasión, con unas dimensiones de 1 metro de alto por 31 centímetros de ancho. Un puente de arco articulado de celosía metálica con montantes que, con sus 120 metros de luz libre, fue todo un récord en su tiempo.

Es la "joya" de esta modesta pero muy trabajada exposición que ayer se vio complementada con una conferencia de Pascual Riesco Chueca, quien más allá de su acreditación académica como profesor de ingeniería aeroespacial en la Universidad de Sevilla, es un estudioso del paisaje, la toponimia y el patrimonio, autor además de trabajos sobre la comarca de Sayago. "Presencia e impronta del Puente de Requejo: cien años en el paisaje" era el título de una detallada disertación planteada de forma triangular: el lugar, la obra y las personas, "un triángulo que da vibración a un elemento tan potente, a un puente que es radical en su ingeniería porque apura, va a los límites" describió el ponente.

Riesco Chueca descubrió al público curiosos detalles sobre un viaducto proyectado por José Eugenio Ribera, quien estudió hasta doce soluciones distintas para transformar un lugar cargado de memoria, donde toda la comunicación dependía de una barca vieja. "Sobre ese lugar se instala el artefacto, la pieza tensada que parece ir más allá de todas las leyes tradicionales".

Un ingeniero que llegaba sin prisas pero también atormentado por el hundimiento en las obras del canal de Isabel II que se llevó la vida de 30 obreros. Ribera encontraría en su capataz, Robustiano Fernández, el perfecto aliado. El paciente montador se dedicó a formar a labriegos que no habían hecho otra cosa que arar, "estaba haciendo una pedagogía tecnológica con campesinos profundos".

"Hay una especie de sencillez en la actitud del ingeniero y su equipo que le hace ver que no hay incompatibilidad entre lo antiguo y lo moderno" reflexionó Pascual Riesco.