Valparaiso.- Antonio es mellizo, sietemesino y nació de pie. Tan frágil era aquel cuerpo venido al mundo hace 63 años en Valparaíso que fue necesario envolverlo en un vellón de lana para salvarlo y enderezarlo. Una buena incubadora si se tiene en cuenta que semejantes adversidades no hicieron más que fortalecer su cuerpo y alma; hasta el punto de que Antonio Pérez Flores vio la luz con «un don», según su propia definición.

La singularidad de este vecino de Valparaíso es su "capacidad" para curar las anginas, sin otra medicina que sus manos. Se cuentan por decenas las personas que se han confiado a sus masajes con éxito. Primero en un brazo (desde la mano hasta el codo) y luego en el otro. «Las anginas son las defensas del cuerpo y por mediación de las manos se quitan», sostiene.

A Antonio le bastan unas pequeñas friegas en los antebrazos del paciente para lograr la curación. «A los que se lo he hecho se les han quitado las anginas», explica. ¿Cuál es el truco de este hombre para lograr tales proezas?. «No sé. De pequeño, al ser mellizo, me decían que tenía el "don del acebo". ¡Qué se yo que sería eso porque yo era el más ruín!». A Antonio le cogían todos los males, hasta una fiebre tifoidea que logró superar. De casta le venía al galgo. Su bisabuelo murió con más de cien años, «y eso que bebía donde meaban las vacas...».

Pero, cómo empezó todo. Fue hace diez años. Cuenta que, sabedor de esa fuerza interior -«yo me he quitado la fiebre en media hora»-, estando en Palencia trabajando, una chica le pidió ayuda; «horas después estaba como un reloj». Para Antonio, todo el poder viene de la naturaleza. Recuerda el caso de otra joven de Camarzana de Tera, a la que logró curar la infección de anginas en un día. «Son diez minutos de friegas, no sé lo que tengo pero se cura», insiste. Todo sin interés alguno, sin cobrar una peseta. «No me mueve más que ayudar a la gente que esté enferma».

Sabedor del escepticismo que rodea a este tipo de prácticas, Antonio se aferra a sus resultados. «Hasta que no les pasa no lo creen y así me lo dicen muchos cuando se han curado: "si no lo veo no lo creo"». Hasta una enfermera se rindió a la evidencia, puntualiza. El dice sentir el mal ajeno en su propio cuerpo y así hasta que logra «engrasar» la garganta del enfermo y curar.

En realidad la práctica se ha agudizado con la jubilación. «Y con el tiempo me he ido dando cuenta de muchas cosas; por ejemplo que entre la tierra y el agua se curan muchas enfermedades y que los árboles que no tiran la hoja son los medicinales; el tejo, la encina, el alcornoque.... La sangre del terreno es el agua», sentencia.

Los "poderes" de Antonio se extienden a los animales. Cuando sufren un torzón «les doy unas friegas en la barriga y se destemplan a la media hora». Tal es la voluntad que pone en sus propósitos que al intentar curar a una yegua «me puse amarillo. Estaba tan mala que se murió a la media hora. Me salía el dolor de su estómago a mis manos».

La clave está en la naturaleza, tal es su filosofía, porque es la que permanece, porque es sabia y otorga la fuerza que Antonio utiliza para sus poderes curativos. Al fin y al cabo, sostiene, «enero marcha y vuelve, nosotros marchamos y no volvemos».