Cuando los rayos del sol anuncian su caída, sale majestuoso y esbelto el Crucificado a la calle. Todavía se permiten iluminar el rostro de esta antigua imagen, de mirada penetrante, para más señas el más que venerado Santísimo Cristo de San Adrián, de Granucillo de Vidriales.

Es este Crucificado el que reúne devociones desde muy antiguo, probablemente desde la llegada a su sede, una ermita que posiblemente fuera iglesia matriz del poblado en los albores del siglo XII, cuando los monjes cistercienses de Moreruela o de San Esteban de Nogales, con tierras y ermitas en la zona, o los descendientes del conde Ponce de Cabrera. Esta ermita viene a bautizar con su nombre a una de las dos estructuras dolménicas que se hallan en este lugar de Granucillo.

No obstante, su relevante significación histórica se la otorga la devoción desde siglos a la imagen titular, al Santísimo Cristo de San Adrián, del santo y mártir que le acompaña. Una devoción que no se ciñe únicamente a los nacidos en Granucillo de Vidriales, sino que durante el transcurso del tiempo se hizo extensiva a los pueblos de la zona como refiere un relato del capellán de la iglesia de Coomonte, fechado en el año 1776. Entonces, la explanada de la ermita reunía una romería con gentes llegadas de las localidades vecinas.

Y los devotos de Granucillo se resisten a perder su tradición más primigenia, la que ha venido configurando su población desde los mismos orígenes del caserío.

Era al atardecer de este sábado cuando se trasladaba en procesión la imagen del Bendito Cristo, desde la iglesia a donde ha venido recibiendo el culto del novenario, hasta su sede en la ermita al otro margen de la ribera del Almucera. Y lo hacía acompañado por el santo Adrián, en un itinerario bucólico ribereño con la solemnidad que otorgan los rezos, los cánticos y los sones musicales de la agrupación "los Jatas". Hasta que la imagen cruza el umbral de la puerta de la ermita de manos de los mayordomos. Primeramente el santo Adrián y después el Santísimo Cristo bajo los sones de la marcha real. Los oficios religiosos, presididos por el párroco Miguel Hernández, ponen el broche final a la solemnidad.

A los pies de la ermita se comparte un pica-pan y bailes, y el festejo continúa ya en el pueblo con una verbena a cargo de la orquesta "la Señal".