«Los albores del siglo XIX fueron tiempos de encuentros y desencuentros entre los distintos concejos de la comarca». Así lo asegura el profesor jubilado de Santibáñez de Tera, Agustín Rodríguez Miguélez, que ha clausurado recientemente en esta localidad una muestra recopilatoria de documentos sobre la historia local continuando con la iniciada el pasado año, también en estas fechas, dando a conocer a sus paisanos, «de una forma llana y sencilla», dice, algunos de los orígenes y devenir de esta localidad del margen derecho del río Tera.

La delimitación de los términos de Santibáñez y Sitrama dio lugar a un famoso pleito entre los dos concejos que pasó a denominarse como del Tomillar de los Arenales. Una superficie de terreno que algunos señalan como isla y otros como península, reflejada en un boceto de 1814 y en la que se ve un claro interés de varios concejos, no sólo Sitrama y Santibáñez de Tera, sino también Santa Marta, Cunquilla y Granucillo.

Fue Santibáñez de Tera quien presentó una apelación por la justicia, concejo y vecinos a la Real Cancillería de Valladolid, argumentando que Santibáñez estaba en posesión inmemorial de una zona en la que tenían el «sitio de la barca» y otros aprovechamientos de la «isla del Tomillar». Por su parte, los concejos de Granucillo y de Cunquilla de Vidriales tenían la servidumbre de una cañada, cuyo trazado iría por donde ahora está el puente sobre el Tera en la carretera de acceso a Santibáñez de Tera y llegaría hasta la otra orilla del río, en la zona de Las Peñas. Ahí estaría la marra divisoria y la llamada «piedra villana» que anunciaba el principio de jurisdicción de la villa, explica Rodríguez Miguelez. Por la orilla de Santibáñez, por la margen derecha del río, estaría «la rodera carbonera» que enlazaba la cañada común con Abraveses y llegaría hasta Santa Marta por el «vado de las cuitas».

Las historias de encuentros y desencuentros finalmente se saldan con una unión entre vecinos para construir un puente común de madera en esta zona de los Arenales y Ferradales, sobre el año 1816. Un pontón construido a casi 500 metros aguas arriba del actual puente y que fue derribado en parte por las aguas. Una circunstancia que cuatro décadas más tarde movió nuevamente a la unión entre los dos pueblos para su reconstrucción en 1853. Los dos ayuntamientos, de Sitrama y Santibáñez, se reúnen entonces para tratar de hacer dos pilares de piedra en el puente de madera que habían construido mancomunadamente. Se presenta para la obra el maestro albañil Antonio Espina, de Santiago, de Galicia, al que se le informa de las condiciones y características del proyecto: piedra puesta a pie de obra, anchuras, encajes, etc. sigue explicando el profesor Agustín Rodríguez señalando los documentos con los que sustenta su explicación.

Los dos pueblos acuerdan que para desviar el agua del río en la zona del pontón, derribado en parte, tendrían que poner céspedes. Un azud provisional que se realizaría en la época del verano. Las obras finalmente se contratan al maestro Espina en la cantidad de 1700 maravedíes que dejará la obra a plena satisfacción de los dos pueblos, los cuales se obligan «con sus personas y bienes presentes y futuros». El maestro ha de estar siempre a pie de obra que se iniciará a principios de agosto de 1853 y el documento lo firman varias personas de los dos pueblos y un testigo, Miguel Calvo de Manzanal de Tábara, junto con el maestro Antonio Espina.

El profesor jubilado resalta la importancia de la obra tanto en su origen como en su reconstrucción como una necesaria unión entre dos pueblos dando el verdadero sentido que conlleva un puente, el de la comunicación.