La Opinión de Zamora

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Al grano

Caza

Elogio de una actividad que se esconde en las esquinas

Archivo - Ciervo, caza, cazadores, naturaleza, animales EUROPA PRESS/UCLM - Archivo

Miras, y es como si tuvieras las gafas sucias: ves venir la llovizna desde Matachivas, emborronando levemente el paisaje; la neblina ondulante se hace tul que tapa el desnudo del valle del Talanda, apagado por los años o por esa luz cansina, doliente y descarada. La mañana anda pachucha, pero nunca ha oído tan bien, tan sin tapones. Oyes. ¿Qué es ese rumor que suena al fondo, entre los chopos del Culo el Mundo? ¿Es el suspiro de la lluvia, no? Aprietas el oído y lo entiendes, sordas repiquetean las lágrimas de placer de la tierra, empapada, por fin, tras meses de dolor. No suena el llover, lo que se oye es la emoción que aflora de abajo, tiempo llevábamos sin un arrebato líquido que llegara hasta el fondo, hasta la línea de lo germinal, lo que explota. ¿Llegará a tiempo el fármaco para las encinas enfermas?

Zara y Trufi ahí están, a lo suyo, viajan sincopadas a la velocidad de sus vientos, ese rastro que los humanos no somos capaces de descorrer. Empapadas van y vienen buscando un no sé qué, confundidas por mil olores naturales, sombras de lo que ya no está, oyen el aroma de la cáscara donde brota el tomillo que adormece sus sentidos. Se paran, se encarnan en estatuas de piel, sienten. Y ahí, debajo de las faldas chorreantes de un chaguazo, suena un chasquido, que hace línea atropellada entre la charamusca. Se para todo, el dolor, el placer, todo. Pom.

Al salir a cazar se siente tanto que hay quien confunde sangre con alma y control con calculadora, pero, afortunadamente, cada vez menos

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La caza ya no es una actividad imprescindible para vivir, pero lo es para sentir que la vida es el envés del metaverso, es eso que pasa sin que abramos el interruptor, para que entendamos a la primera que alrededor nuestro crece un universo incontrolable de fuerzas discordantes que se juntan en la anarquía del existir, el real, ese que está ahí, mudo, sin respuestas, aunque nos cansemos de hacer preguntas ansiosas a Google.

La caza es renuncia, como la vida misma, y dar visibilidad al campo y a sus pobladores. Es abrir la espita de lo que duele, concitar esas fuerzas naturales que bullen abajo, ese hilo de cristal que nos une con lo que ya no es, con lo que no aparece en los libros ni en la Wikipedia. Al salir a cazar se siente tanto que hay quien confunde sangre con alma y control con calculadora, pero, afortunadamente, cada vez menos. La revelación siempre viene de abajo y hay que saber escuchar en medio de un bombardeo.

Está, además, la vertiente menos prosaica. Otra vez las promesas políticas incumplidas. La licencia de caza hay que pagarla en Castilla y León, al menos esta temporada. Dios dirá para el año que viene.

Es una necesidad: la caza tiene que salir al aire, vale ya de esconderse en las esquinas.

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