La Opinión de Zamora

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Al grano

Miradas que matan

El verano se ha escondido en el rincón de pensar

Gigantillas de Zamora. | Natalia Sánchez

Entra el verano renqueante, enfermo de cambio climático, y señores tiesos de corbatas de cieno anuncian con clarines y fagots afónicos ayudas para blanquear malas conciencias que embadurnó el humo de la Sierra de la Culebra. ¡Cómo si emociones y recuerdos se pudieran aventar con palmaditas!

Vivimos en la cara buena de la moneda y unos “señoros”, con vehículos blindados y chóferes de mirada avinagrada, se juntan en Madrid para pintar de azul la guerra que vive abajo, en el corazón del pino indigesto por un rayo de plomo de ese dios que se pasa la vida silbando, sin tener que dar cuentas a nadie.

Lo que nunca se debe hacer es morirse en camas de alambre acerada

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De los negros que tienen el pecho lleno de surcos bermellones no hay noticias, que esos viven en el inframundo, que para entrar antes hay que salir. O nacer en un hospital con muchas ventanas. Lo que nunca se debe hacer es morirse en camas de alambre acerada. Está mal visto.

Pastan bestias mecánicas por nuestros campos de farfolla y veo como se les está poniendo la cara a los labradores, como cuando el vino se quiebra y se enreda con las arrugas del paladar. Que es duro vivir a la intemperie y depender de las veleidades del cielo, harto ya de soportar las coñas y los pedos de los aviones, que esos sí que contaminan y no las pobres vaquitas, que qué culpa tendrán ellas si siempre son ajenas.

Se llama Dakota y tiene cara plenilunada de praderas dormidas

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Agobiado anda San Pedro de tanta fiesta en Zamora y un poco confuso, que este año se iba a dar un capricho y mira y remira el programa oficial y no encuentra por ningún sitio los festejos taurinos, ni al margen ni al final; que si habrán prohibido ya los espectáculos de toros que él ya sabía que un día iba a pasar, pero no pensaba que iba a ocurrir tan pronto. Es que, claro, él ya es de otro tiempo y hay que evolucionar.

Y en medio de tanta alboroto he visto a gentes que se han puesto a procrear como locas para llenar las casas de niños. Qué mira que le hemos dado vueltas a lo de la despoblación y la solución la teníamos en volver al concepto. Si es que a veces los árboles no dejan ver el bosque. Ah, qué no hay árboles, qué se han quemado, ¡pues hala, hala, a procrear, malditos!

Pero no todo está perdido. Que la belleza vive. La vi la tarde del lunes en la Plaza de la Catedral de Zamora. Se llama Dakota y tiene cara plenilunada de praderas dormidas. Huele a la luz que enciende la flor del tilo y su mirada es melodía que enreda a los cigoñinos volanderos que brincan, ilusos, en la espadaña de San Isidoro.

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