Hace apenas unos días, durante un descanso en el proceso de trabajo de La verdad, mi próxima producción teatral, me quedé rezagado en la sala de ensayo que nos habían cedido desde una universidad. Al salir, por fin, junto al resto de compañeros, me topé con unos estudiantes a los que escuché decir, estupefactos: “Y yo qué sé… Los del teatro. Ensayan o algo así”. Desconcertado, me acerqué a mis compañeros y se lo conté. Y les conté también que habría querido decir a esos chicos que lo único que hacíamos era combatir, palabra a palabra y cuerpo a cuerpo, contra un espacio vacío que, en ocasiones, representa muy bien nuestra posición en el mundo. Igualmente quise decir, y no lo dije, que ellos, sin saberlo, también eran los del teatro. Más adelante explicaré por qué.

Quizá estén en lo cierto las voces que arguyen que estamos perdiendo la capacidad ontológica para discernir, con mayor o menor criterio, nuestra razón de ser en el mundo. La inmediatez que propone un mundo vocinglero y orientado a la deshumanización va ganando, pellizco a pellizco, el terreno al sosiego, al criterio y, por ende, a la razón. Para Sócrates, el eje transversal de la filosofía se fundamentaba, precisamente, en el logon didonai. O sea, la búsqueda de razones. La razón de ser de nuestra estadía en el mundo. ¿Cómo se vive? ¿Cómo hay que vivir? Nadie tiene el manual. No en vano, la experiencia es un grado y, obtusos como somos, procuramos modelos de vida a través de la experiencia propia y ajena, sin darnos cuenta de que vamos dejando atrás pedazos de nuestra historia.

La inmediatez que propone un mundo vocinglero y orientado a la deshumanización va ganando, pellizco a pellizco, el terreno al sosiego, al criterio y, por ende, a la razón

Qué duda cabe de que el teatro busca razones. Como la religión o la ciencia. El teatro es tan antiguo como el hombre. El teatro es el hombre mismo. Es consustancial al ser. Aristóteles diría en su Poética que el niño, desde que lo es, practica la mímesis o imitación; que esta es propia del hombre y que a través de ella adquiere el niño sus primeros conocimientos. Desde que empezamos a conocer, planteamos el mundo como un espejo y hacemos teatro. Que se lo digan al bueno de Shakespeare. El bardo inglés, al escribir Hamlet, nos habla del tránsito del hombre medieval -encarnado en su padre, un verdadero guerrero- al hombre del Renacimiento -el propio Hamlet: un universitario paralizado por la duda que le genera el conocimiento-. Su padre -que tiene presencia en la trama como un fantasma- le pide a su hijo que sea como él, un guerrero, y que lo vengue, pues su propio hermano, es decir, el tío de Hamlet, le ha matado para sucederle en el reino. Pues bien, cuando se dispone a desenredar esta trama, el recurso que utiliza nuestro protagonista no es otro que hacer una obra de teatro en la que plantea una historia parecida al asesinato de su padre. Se la presenta a su tío y a su madre que, por cierto (las desgracias nunca vienen solas), se han casado. Hamlet, entonces, dice algo así: “Esta es la obra de teatro con la que capturaré la conciencia del rey”. Volvemos al mismo punto: se plantea la idea del teatro como retrato especular del mundo. El autor busca, a través del pathos o empatía, trastornar al avieso rey Claudio. 

“El Brujo”, uno de los actores españoles con amor declarado a Zamora y a su teatro. J. L. F.

Necesitamos las historias. Se cuenta que durante la II Guerra Mundial, en el gueto judío de Vilnius, una mujer que regentaba un teatro hacía muñequitos con la miga de la escasa porción de pan que recibía cada día. De este modo, podía contar historias con sus pequeños actores de miga a unos espectadores hambrientos que hacían cola para morir. Tremendo. Dice Bernard-Shaw que “la invención dramática es el primer esfuerzo del hombre por llegar a ser intelectualmente consciente”.

Otra cuestión fundamental para entender la simbiosis de teatro y vida es la difícil distinción de los términos persona y personaje. Personaje viene del griego: prosopon (πρὀσωπον), es decir, máscara, la que utilizaban los actores griegos y que representaba la psique del personaje encarnado. Sin embargo, el concepto de persona es posterior pero emana de ahí. 

LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, ha dado buena cuenta de la crónica teatral del Teatro Principal desde que diera su primer vagido hace ya 125 años. Y es que los de La Opinión siempre han sido un poco los del teatro. Desde el origen. Como todos.

En fin, que no hace falta dirimir qué cosa es lo del teatro. El teatro ha sido. Y punto. Y lleva en crisis, como el hombre, desde el comienzo. Ha sido una realidad en todo el mundo y en todas las culturas. En la sociedad occidental, desde el siglo V a.C. y antes, con los ritos prehelénicos. Incluso hay historiadores que consideran al chamán el primer actor. Pero es que Aristóteles, ya lo hemos visto, nos considera a todos actores. El teatro nace en nosotros. En el origen.

Ahora que trabajo para lo del teatro de Zamora me gusta evocar una leyenda japonesa, según la cual algunos seres humanos están predestinados a hacer historia entre sí, debido a un hilo rojo invisible que une sus dedos meñiques. Imagino el recorrido que traza ese hilo rojo en el caso de quienes parten de un lugar remoto de la ciudad de Zamora para acabar en el Teatro Principal. Qué manera de enredarnos personas de una misma ciudad que vamos a un lugar común. La vida, una vez más. Portamos una madeja de sangre que se deshilvana y da cuenta de nuestro rastro, pues ese hilo es una prolongación de la arteria cubital que, como sabemos, parte del corazón y termina en el dedo meñique. Un mapa cultural que se viste de rojo. Y, de cada sesión que celebran los del teatro, queda una pervivencia escrita en prensa. 

Público en el Teatro Principal durante una representación antes de la pandemia. Emilio Fraile

El medio para la que escribo estas torpes líneas, LA OPINION-EL CORREO DE ZAMORA, ha dado buena cuenta de la crónica teatral del Teatro Principal desde que diera su primer vagido hace ya 125 años. Y es que los de La Opinión siempre han sido un poco los del teatro. Desde el origen. Como todos. Pero ellos sí lo saben y a los del teatro nos encanta.