Cuando el 14 de abril de 1925 el jornalero Gregorio Delgado y su esposa Hortensia de Luelmo vieron el rostro de su pequeña María Luisa, jamás hubieron podido sospechar lo que el destino tenía reservado para ella lejos de su Muga de Sayago natal, nada menos que en la Patagonia argentina. Para sortear las dificultades económicas el matrimonio se traslada primero a Almeida y más tarde a Bermillo, donde el abuelo materno trabaja en la prisión, en la que también ingresa como celador Gregorio. Es en este recinto donde la niña establece sus primeros afectos, entre ellos los de algunos presos que por buena conducta gozaban del privilegio de poder transitar fuera de los límites carcelarios.

Los cambios se suceden y la familia viaja hasta Daimiel, en Ciudad Real, donde pasa lo que considera han sido algunos de los días más felices de su vida. Pero la Guerra Civil, en 1936, da un brusco giro a su vida. A su padre se lo llevan al frente, donde muere poco antes de que lo haga su abuela, ya viuda. Cuando finaliza la contienda, con 13 años, sufre la persecución a la que tanto ella como su madre son sometidas por considerarlas afines al bando republicano. Registran su casa día sí y día también en busca del tío Cándido, al que se acusa de socialista. Ildefonso Delgado, el hijo de la protagonista, asegura que aún hoy María Luisa, ya anciana, «suele despertarse por la noche acongojada, con los ojos cargados de lágrimas, porque ha estado soñando que llegaban a buscarlas. Es algo que jamás pudo borrar de su mente». En octubre de 1938 Cándido es trasladado a la prisión de Daimiel, donde escribe emotivas cartas antes de ser fusilado. La madre trata de salir adelante, pero está delicada de salud y muere en 1945. María Luisa, con 19 años, queda sola.

Ildefonso de Luelmo Elvira era el único tío que le quedaba con vida, hermano de su madre. Cuando se entera de su situación, la reclama desde Argentina, donde había emigrado y donde hacía 18 años había perdido el contacto con su familia. El 28 de octubre de 1949, con 23 años, recibe el pasaporte otorgado por el Gobierno Civil de Zamora. Llega primero a Buenos Aires y espera allí con unos familiares hasta que su tío termina la campaña de esquila. El 18 de marzo de 1951, tras un largo viaje, llega a Puerto San Julián, por entonces territorio de Santa Cruz, en la Patagonia argentina, donde vive en la actualidad. Al pisar esta tierra, admite, «se me juntó el cielo y la tierra. Un pueblo tan chico. No se veía a nadie por la calle. Mucho viento, mucho frío. Las aceras eran un espejo de escarcha. ¡Si me habré caído! No estaba acostumbrada a caminar en la escarcha».

Las compras se hacían para todo el mes y sólo la carne y el pan se repartían todos los días en un carro que iba de casa en casa. «De fruta y verdura nada». Para poder soportar el frío usaba los calzoncillos largos de su tío. La casa era de madera y chapas de cinc. «Cuando soplaba el viento parecía que se iba a desarmar. No tenía ninguna instalación ni de agua ni de sanitarios». El tío era, en sus palabras, «un bohemio solterón». Cuando comenzaba la esquila, cuenta, «yo me quedaba sola en casa. Durante cuatro o cinco meses tenía que arreglármelas como podía. Hasta tuve que aprender a cortar leña para la estufa. Más de una vez volaba el palo que cortaba con el hacha por los aires y caía sobre mi cabeza».

Una de las pocas relaciones que mantiene de forma periódica es con el cartero, al que visita para comprobar su correspondencia. Se llamaba Eduardo. Queda embarazada justo cuando éste le comunica que cambia de lugar de residencia con su madre y hermanas. El 8 de marzo de 1954 da a luz en su casa a Ildefonso.

María Luisa enseña a su hijo costumbres de su tierra. Así, en pleno invierno en la Patagonia, le explicaba: «Allí ya están pintando las uvas, luego pasan los carros cargados de uva por las calles del pueblo. Vienen de la viña y van a la bodega. Tú le sales al cruce y le pides un racimo y te llenan el delantal que llevas puesto». Ildefonso, el tío, enferma y muere en 1963.

Trata de sacar adelante a su hijo, pero en poco tiempo se queda sin el camión, sin la máquina de esquila, con deudas y sin dinero, y tuvo que salir a trabajar como empleada doméstica de casa en casa y con el niño al lado. Cuando el pequeño tiene 10 años María Luisa forma pareja con otro hombre. De esa unión nace Carlos, su segundo hijo. Pero de nuevo la fatalidad se ceba y muere. «Otra vez mi madre tuvo que salir a limpiar, planchar y lavar por las casas para ganar el sustento. Y yo me quedaba cuidando a mi hermano, cambiándole pañales, dándole el biberón y llorando de impotencia por no poder hacer nada para cambiar tanta desgracia».

Una vez que se casa su hijo mayor María Luisa se va a trabajar al campo con su segundo vástago, actividad que mantuvo hasta su jubilación. En la actualidad, relata Ildefonso, «mi madre vive en el mismo lugar al que llegó un lejano día. Con sus ochenta años a cuestas tiene algunos problemas de salud y está sola, pero rodeada del cariño de sus hijos, nietos y bisnietas. Hay una frase, rememora Ildefonso, que siempre ha acompañado a la zamorana: «Estoy aquí, en este país, porque el régimen que gobernaba el mío me obligó a venir. Pero fui, soy y seré siempre española, nacida en Muga de Sayago, Zamora, y nunca renunciaré a mi patria, a mi raza, a mi religión ni a mi bandera».

*(Nota: El reportaje se ha realizado con los datos extraídos del trabajo ganador del I Premio Memoria de la Emigración

Castellana y Leonesa)