La Guerra Civil dejó a Eutiquia viuda y con cinco hijos pequeños en Belver de los Montes. Uno de ellos, Salvador García, tenía 9 años cuando su padre Marcelino fue fusilado, el 12 de septiembre de 1936. Aquel hecho marcó su carácter y el amor propio que le llevó a intentar una y otra vez prosperar y sacar a los suyos adelante. Nada sabía aún entonces de París, «la ciudad de la luz» y la que se convertiría en su segunda tierra.

Salvador aprendió pronto lo que es buscarse la vida en plena posguerra. Con 16 años se traslada a Tábara para aprender el oficio de carpintero. Vivía en unas condiciones pésimas y pasaba mucho frío. Como colchón disponía únicamente, recuerda su hija Elisabeth García Bermejo, de un saco de centeno. A cambio de su labor sólo recibía un poco de berza o patatas. Cuanto se entera de que hay trabajo en el salto de Villalcampo se traslada a esta localidad. Ahorraba todo lo que podía para enviárselo a su familia en Belver de los Montes. En aquellos tiempos había cerca de mil hombres trabajando en el salto y dormían en pabellones comunes.

Cuando cumple veinte años siente la necesidad de regresar con los suyos, un deseo que se cumple cuando su familia se hace cargo de una panadería en el pueblo, con un traspaso que les obliga a pedir un crédito por 10.000 pesetas. El 21 de septiembre de 1955 se casó con Dolores Bermejo, la hija del confitero de Belver, con la que pronto tiene una hija.

Comienza el éxodo rural y la falta de actividad se deja también sentir en el negocio. Salvador decide emigrar, como muchos otros, al País Vasco, en concreto a Bilbao. En Belver deja a su esposa y a su hija de poco más de un mes. Aunque tiene allí algunos familiares, pronto encontró una patrona que le alquiló una habitación a compartir con otros hombres. Los primeros trabajos que consigue son en obras. Cuando estaba a punto de reclamar a su familia una falsa promesa de empleo en Madrid le hace dejar todo. Finalmente regresa al pueblo, donde retoma las riendas de la panadería. A finales de los cincuenta y primeros de los sesenta cobra fuerza la emigración a Europa. Y del Instituto Nacional de Emigración de Zamora consigue un puesto para trabajar durante seis meses como agricultor en Suiza por 3.000 pesetas al mes. Para entonces ya era padre de su segundo hijo.

El 1 de junio de 1961 Salvador llega a una finca de agricultores suizos en la frontera alemana. En jornadas de quince horas diarias, su trabajo consistía en segar hierba para el ganado, recoger la fruta o atender las vacas. El lema de aquella familia era, recuerda Elisabeth, «mucho trabajar y poco comer», ya que las comidas se reducían a una sopa de sobre al mediodía y a un ligero aperitivo en la cena. En unos meses adelgazó 17 kilos.

La familia aumenta con el tercer hijo y, en junio de 1965, el matrimonio decide trasladarse a Valladolid, donde con la parte que han obtenido de la panadería dan la entrada para un piso. Pero es difícil encontrar trabajo en esta ciudad. Por ello, en julio de 1965 Salvador viaja a París sin hablar ni una sola palabra de francés y con la dirección de la Misión Española como única referencia. Pronto trabaja en un restaurante y combina su trabajo en él, trasladando cazuelas, con la limpieza de la iglesia de la Misión Española, donde comienza además a hacer todas las "chapuzas" que salen. Por primera vez encuentra una ciudad en expansión y con un mercado laboral lleno de oportunidades. Llama a su mujer para que acuda junto a él, pero de momento deciden dejar a los tres hijos con la familia.

Hasta entonces Dolores sólo había salido de Belver para ir a Zamora o a Valladolid, pero se arma de valor y viaja sola a París. «Pasar de un pueblo de Zamora a la ciudad de las luces, de una casa sin agua corriente a la modernidad de la capital...», explica Elisabeth, supuso un gran impacto para ella. La pareja encuentra una "chambra", como decían; osea, una habitación que los patrones ofrecían a cambio de trabajo. Así es como Dolores se convierte en una "bonne á tout faire", es decir, criada de esta familia. Como tenía deseos de integrarse se matriculó en clases nocturnas de francés. El matrimonio se traslada con el tiempo a otra habitación propiedad de Edouard Balladur, el futuro primer ministro con Pompidou. Salvador, mientras tanto, continuaba colaborando con la Pompe, que era como llamaban a la Misión Española, y Dolores se pluriempleaba en distintas casas del barrio. Pronto se unen dos de sus tres hijos.

En Belver dejan a la pequeña, Tiqui, que sólo tenía dos años. Pero en las vacaciones de agosto regresan todos al pueblo a buscarla. Por primera vez los cinco están juntos en París. Surgen problemas con la anterior inquilina de la habitación y la abandonan en busca de otro lugar. Un hotel les acepta, pero sólo para dormir, con lo cual deben pasar todo el día fuera. La familia emplea todos sus ahorros en un piso. Salvador lleva a casa las sobras de comida del restaurante para poder subsistir, y alquilan a su vez dos habitaciones a huéspedes para obtener otros ingresos. Nace el cuatro hijo.

El zamorano cambia de trabajo en 1968 y se integra en la Iglesia Americana, donde permaneció hasta su jubilación, en 1992. Lo contrataron, explica su hija, como carpintero, aunque hacía un poco de todo. Era un centro religioso y de convivencia por el que pasaban cientos de personas. Raro era el día que no llegaba a casa con regalos: juguetes, vajillas, etc. Los hijos crecen, estudian carreras superiores, y Salvador y Dolores realizan pequeñas inversiones. Ya jubilados han realizado viajes por distintos países. «¡Quién iba a decirle a Dolores aquel día en que tomó el tren por primera vez en Valladolid que iba a recorrer el mundo en avión!».

(Nota: Los datos y las fotografías empleadas en este reportaje proceden del trabajo que obtuvo el segundo premio de la Memoria de la Emigración en Castilla y León)