Pasó la niñez en el campo y con las ovejas, oficio al que se dedicó en cuerpo y alma para ayudar a la familia. Con el mismo espíritu afrontó la obligada emigración, a Uruguay, donde no sólo se labró un futuro como costurera, sino que decidió estudiar Cocina en la Universidad, lo que le permite, incluso ya hoy jubilada con 70 años, colaborar con destacados establecimientos del país.

María Ferreira Cunquero nació en Figueruela de Abajo el 30 de marzo de 1936, hija de Gabriel Ferreira Fernández y de María Juana Cunquero, ambos vecinos de la localidad. La familia vivía de lo que producía la tierra y el poco ganado con el que contaba, sobre todo para el consumo propio. Con la lana de las ovejas se obtenía la materia prima para confeccionar mantas, abrigos y hasta medias, recuerda.

Con apenas nueve años ayuda a la familia y se dedica a cuidar de un rebaño de entre cuarenta y cincuenta cabras. Más tarde los animales pasan a ser casi trescientos, al unirlos con los de otros vecinos, y María se ocupa de ellos varios días a la semana, ya que hacen turnos, e incluso dormía en el redil. Aunque fue una experiencia «rica» por el contacto con la naturaleza, también atesora recuerdos turbadores, como «cuando el perro descubría la presencia del lobo. Y cuando eso sucedía confieso que los pelos se ponían de punta». El rebaño no era la única tarea de la joven María. Con los primeros días de julio comenzaba la siega y las manos, explica, se le ampollaban con el mango de la hoz. «Me las lavaba con vinagre y sal para endurecerlas. Ardía, pero curaba».

A los 19 años cambiaría su vida. En 1955 llega al pueblo un italiano que estaba casado con la hija de una vecina. Este convence al padre de María de la conveniencia de que emigre a Uruguay, «porque había trabajo y pagaban bien». Acepta porque, admite, «nunca había salido del pueblo y no conocía nada del resto de España». Salió del pueblo el 6 de marzo. «La despedida fue desgarradora».

Junto a un matrimonio del pueblo que se había sumado a la aventura, llega a Uruguay el 28 de marzo a las diez de la noche. Allí tenía una prima con dos niñas, y con la que se va a vivir, y a su madrina. Tardó un mes en encontrar trabajo y al final lo hizo como «doméstica». Aunque tuvo la tentación de regresar a España no disponía de dinero y, además, era necesario pagar el pasaje al italiano que había adelantado su importe. En la tercera de las casas en las que estuvo de servicio permaneció desde enero de 1958 a octubre de 1969. Fueron unos años de gran sintonía con la familia de acogida y aparentemente felices. A pesar de ello, la añoranza se mantenía y «eran muchas las noches que soñaba que corría detrás de las cabras y las ovejas, o que hablaba con mis padres. Al despertar me quedaba la satisfacción de haber estado allí, aunque fuese en sueños».

En 1959 llega también a Uruguay su hermano, lo que la ayuda a combatir la añoranza de su familia. En 1960 realiza un viaje a Europa acompañando a sus patrones. Fue muy distinto al que realizó cuando salió de su pueblo, y por primera vez supo lo que era viajar en primera clase y con todo tipo de comodidades. Fue entonces cuando tuvo oportunidad de regresar a Figueruela de Abajo y pasar una semana con sus padres mientras sus patrones estaban en Madrid. «Para mí fue lo máximo que me había pasado: volver a ver a mis padres y hermana, y pisar ese suelo, beber agua de las fuentes...».

El viaje prosiguió por provincias españolas y, más tarde, por Europa. En Roma, gracias a un embajador familia de los patrones, la zamorana asiste junto a ellos a una audiencia con el Papa. Antes de regresar, y tras medio año en París, María vuelve de nuevo a su pueblo. Ya en Uruguay los dos hermanos deciden proponer a sus padres que se trasladen con ellos, lo que hacen en 1962. Un año más tarde les siguió la última de los hermanos.

Para tratar de prosperar, la joven sacrifica los domingos y, con una máquina de coser, aprende corte. Luego cursaría estudios de Primaria por las noches y hasta inicia Secundaria. El azar hace que conozca a un señora viuda que vivía sola y que le ofrece instalar un taller de costura en su casa. En 1969 monta su propio taller de costura a medida y con lo que gana pudo comprar un piso. Con la que a partir de entonces llamaría «abuela» estuvo 18 años. En 1987 se casa y se va a vivir a casa de su suegra, donde trasladó el taller.

Inquieta por naturaleza, la emigrante se matriculó en la Universidad del Trabajo de Uruguay y completó los ochos cursos de especialidad dedicados a la cocina, materia en la que se hizo toda una experta. Ello posibilitó que trabajara nada menos que en el balneario Punta del Este, uno de los de mayor prestigio y con el que aún hoy jubilada colabora de vez en cuando, «porque la jubilación en Uruguay no da para vivir».

Nota: Los dibujos y datos básicos

para redactar este reportaje se han obtenido del trabajo que María Ferreira presentó al concurso de la Emigración, y que obtuvo uno de los dos segundos premios