Una popular historia de Julia Navarro titulada "Dispara, yo ya estoy muerto" pone en boca de uno de sus personajes la frase "emigrar desgarra el alma". Para quienes han sufrido la necesidad de abandonar su tierra, y para quienes se han visto en la situación de despedir a seres queridos que traspasan las fronteras buscando un mejor porvenir, esta cita tiene un sentido tan profundo como cercano.

Isidora, vecina de Zamora y nacida en el barrio de Olivares, salió de España hace sesenta y cinco años buscando una oportunidad en América que le permitiera prosperar a ella, a sus padres y a los cuatro hermanos que dejaba en una España sumida en la posguerra.

"En ese tiempo España estaba muy mal. Nos daban apenas un pan que era un poco más grande que mi mano y con eso tenías que conformarte. Recuerdo a mi padre y a mi hermano mayor hacer largas colas por conseguir algo de tabaco para liar. Yo trabaja en los telares de San Jerónimo desde muy pequeña, pero la necesidad me hizo buscar nuevas oportunidades y fue entonces cuando decidí ir a Venezuela. Allí había que trabajar mucho, pero tenías oportunidades y el cambio con la peseta nos favorecía, así que mes a mes podía mandar dinero a mis padres y a mis hermanos", recuerda Isidora con no poca nostalgia en su voz.

Allí hizo familia y vivió hasta hace cuatro años, cuando la situación de Venezuela ya era complicada y se vio obligada a abandonar el país dejando atrás, ahora, a su hijo y sus nietos.

"Nunca quise irme del todo, pero la situación ya estaba muy mal y cada vez nos era más difícil vivir allí. Fue duro desprenderme de mi casa, pero lo más duro fue tener que revivir esa sensación de dejar atrás a tu familia. Mi hijo tenía hecha su vida allá, así que esta vez me tocó despedirme de él", afirma Isidora.

Noche a noche Isidora se comunica con su hijo y su nieta. Ellos le cuentan cómo están las cosas y cuál es la realidad de los problemas cotidianos que tiñen a la Venezuela de Nicolás Maduro.

"Ellos a veces no quieren contarme las cosas para no preocuparme, pero en realidad yo prefiero saber lo que pasa. Prefiero que me digan "abuela, he hecho dos horas de cola por un papel higiénico y cuando llegó mi turno ya no había" porque prefiero saber la realidad a estar ciega", sentencia Isidora.

Ana, su nieta, viene en navidades a pasar las fiestas con sus abuelos. Ella es quien habla con Isidora y le cuenta cómo se vive en la Venezuela de hoy, tan irreconocible para su abuela que aún asegura no poder hacerse a la idea de que se haya llegado a tal extremo.

"El asunto en Venezuela es que cada vez todos somos más pobres y estamos más ahogados. La pobreza en Venezuela no es solo cuestión de dinero. Aquí puedes tener muchos bolívares (moneda de curso legal), pero sencillamente no hay lo que tú estás buscando. Yo, por ejemplo, tengo intolerancia al gluten y a los lácteos. ¿Te imaginas lo difícil que es comer adecuadamente en un país donde ni siquiera consigues regularmente papel higiénico? Pero lo mío no es nada comparado con los enfermos que no consiguen medicamentos. Aquí los problemas oncológicos son casi una sentencia porque no hay medicamentos y, cuando los hay, son sencillamente impagables", afirma Ana desde Venezuela.

Los problemas son muchos en la tierra de Nicolás Maduro y las soluciones brillan por su ausencia en medio de un panorama político-social cada vez más turbio y confuso. Por un lado, la Asamblea Nacional (de mayoría opositora) procura proclamar leyes bandera (como la de amnistía) y sacar adelante un referéndum revocatorio que acorte el mandato del actual presidente, pero por otro lado los poderes Judicial, Electoral y Ejecutivo hacen uso de maniobras muchas veces turbias para entorpecer, retrasar o incluso abortar los pasos dados por el poder Legislativo.

"Aquí el problema político se resume en que la cúpula oficialista tiene dominados todos los poderes, menos la Asamblea Nacional y eso les sirve para hacer lo que quieren. Si la Asamblea aprueba una ley, el poder Judicial la echa para atrás. Así vamos y mientras el pueblo día a día tiene que hacer horas de cola para ver si consigue algo de comida. Aquí hay un régimen que solo te permite comprar en los mercados ciertos días a la semana. Los días se determinan por el último número de tu carnet de identidad. A mí me toca los viernes, así que mis "citas de fin de semana" se basan en ir de mercado en mercado a ver si hay algo y, cuando lo hay, hacer interminables horas de cola a ver si llego a coger algo. La vida se te hace triste y agotadora, porque además estás con el miedo a que no te roben o a que no se forme una trifulca y te puedan agredir", concluye Ana desde Venezuela.

Isidora y Ana son solo dos eslabones de una larga cadena de historias separadas por miles de kilómetros. Mientras Ana cuenta los días para llegar a Zamora y vivir un mes de tranquilidad y bienestar, su abuela ya tiene en la habitación y en la alacena cajas de comida sin gluten, chocolates de leche de soja o algo de ropa para cuando llegue diciembre. Las maletas de regreso a Caracas irán cargadas de comida y papel higiénico esperando no ser ultrajadas por algún funcionario de aduana.