Durante años, la de Javier Gómez Pioz era la única cara europea que se veía trabajando en Asia. "Era algo exótico para ellos", reconoce el arquitecto, quien verá cómo precisamente en Shanghai se hace realidad uno de sus proyectos más ambiciosos, la Torre Biónica, que aúna una nueva filosofía de construcción con una apuesta por el ahorro de energía. El doctor en arquitectura estuvo ayer en la Escuela Politécnica para charlar con los alumnos sobre sus proyectos y las posibilidades de futuro de esta profesión.

-¿Cómo comenzó uno de sus proyectos más conocidos, el de la Torre Biónica?

- Es un proyecto que nace en Nueva York hace ya 28 años. Empezó como investigación para desarrollar una nueva estructura que superara los 500 metros de altura, que era donde antes estaba el límite. Se presentó en 1997 en Londres como un concepto de estructura novedosa, inspirada en el mundo vegetal.

-¿Por eso el calificativo de biónica?

-La biónica es una ciencia que investiga los paralelismos que hay entre la naturaleza y la arquitectura. Tardamos como 15 años en desarrollar la investigación, para aprender de los árboles, de las telas de araña o de los huesos de las aves. De muchas de las estructuras biológicas de la naturaleza, no solo vegetales. Desarrollamos un prototipo de estructura que era capaz de llegar a los 1.200 metros. En 2000 el gobierno chino se interesa por construir el proyecto, que será la torre más alta del mundo, con 1.228 metros, en Shanghai.

-¿Por qué es un proyecto que se alarga tanto en el tiempo?

-Con la tragedia de Nueva York, todos los rascacielos del mundo quedaron paralizados por el temor a nuevos atentados. Han pasado los años y ha vuelto el interés, por lo que ahora se anuncian rascacielos de cerca de mil metros en muchas partes del mundo. Este octubre se celebra en Madrid el Congreso Mundial de Grandes Rascacielos, del que soy presidente, y ahí se presentará la última versión del proyecto de la Torre Biónica.

-¿A qué se debe ese interés por las alturas?

-Es un proyecto que estaba pensando para Asia, todos los grandes rascacielos están allí, donde viven millones de personas. Shanghai ya cuenta con 8.000 rascacielos, todos edificios de más de cien metros de altura. Cuando el alcalde se interesó por el proyecto, decía que necesitaban otra escala de rascacielos, porque ya tenían muchos convencionales.

-¿Qué beneficios supone este tipo de edificaciones?

-Un rascacielos de gran altura ahorra energía, aunque sea caro y costoso de construir. Si en vez de un rascacielos pensáramos en todos los adosados que se deben construir para coger la superficie de un rascacielos, el gasto energético para la ciudad sería mucho más alto que el de un rascacielos. En determinadas ciudades del mundo, como Shanghai, ya plagadas de rascacielos, se imponen estas megaconstrucciones. Es como un nuevo modelo, que se conoce como la ciudad vertical.

-¿Es mucho más que un gran edificio de viviendas y oficinas?

-Es un concepto muy diferente, si lo comparamos con un rascacielos de 500 metros, como las Torres Gemelas. Para que uno se haga una idea, viene a ser un poco mayor que el estadio de fútbol del Santiago Bernabéu en planta. En ese volumen, el concepto es más una ciudad vertical que un rascacielos convencional, con una planta encima de otra. Un rascacielos sería como una bolsa de rebanadas de pan y cada rebanada sería un piso. La Torre Biónica se parecería más a un racimo de uvas en la que hay una estructura que soporta las uvas y el interior de cada una de ellas alberga unos cuantos edificios. Dentro de esa ciudad vertical hay viviendas, oficinas, comercios y lugares de ocio, pero también tiene una base de mil metros de diámetro que alberga las grandes infraestructuras que necesita una ciudad.

-¿El futuro de estos grandes proyectos está en Asia?

-Yo llevo trabajando en Asia, en China e India desde hace casi 20 años. Fui el primer español en ir allí y me miraban como algo exótico. No sé si es el futuro, pero es verdad que tienen un problema de superpoblación y deben enfrentarse a retos distintos, tanto desde el punto de vista urbanístico como social. También puede influir que haya por allí países que quieran destacar, como Dubai. En Asia han apostado por arquitectura muy espectacular y fundamentalmente por arquitectura vertical por sus necesidades. En ese contexto, la Torre Biónica tiene sentido. Además, no se trata solo de un rascacielos, sino que desarrolla una filosofía llamada arquitectura biónica cuyos principios se pueden llevar a otros edificios más pequeños, que van desde viviendas unifamiliares a edificios de media escala.

-¿Y en qué se notaría esa nueva filosofía constructiva?

-Fundamentalmente, en el ahorro de energía y material. Se está hablando de un ahorro que rondaría el 35%, de todo tipo, tanto de construcción como de mantenimiento. Ahorrar energía es básico, porque a comienzos de este siglo éramos seis mil millones de habitantes en el mundo y ahora ya superamos los siete mil. Vamos creciendo a una velocidad exagerada, así que la energía será un problema.

-¿La arquitectura ha evolucionado al mismo ritmo?

-Llevamos haciendo arquitectura muy similar a la del siglo XIX, nuestros modelos han cambiado muy poco, solo hay que ver nuestras ciudades. Y hoy en día vivimos de una manera muy distinta, así que la arquitectura también se tiene que adaptar, porque no ha evolucionado tanto ideológicamente, aunque se haga arquitectura muy buena. Parece que le falta ese paso hacia adelante. Siempre en la historia se ha mirado a la naturaleza cada vez que se ha querido innovar y la biónica aprende de la sostenibilidad de la naturaleza para sacar patrones para la arquitectura convencional.

-¿Los españoles saben exportar su potencial al exterior?

-Por supuesto, y además nos estiman mucho, porque estamos bien formados. Yo me siento muy querido y muy valorado, aunque les parezca raro que estemos tan lejos. Además, tenemos exponentes muy famosos fuera de España y eso también ayuda a los que de alguna manera seguimos su estela.

-¿Se está empezando a notar la recuperación del sector de la construcción, uno de los más dañados por la crisis?

-Creo que sí que se nota, aunque todavía poco, porque en España el principal promotor era la Administración y es la que está parada. Se empiezan a ver grúas, pero también se dice que se ha perdido el 60% del tejido de los estudios de arquitectura, que será muy difícil de reponer, porque además esos estudios han cerrado con deudas. Ha sido un auténtico cataclismo. Y también hemos perdido mucha gente, arquitectos jóvenes que se han tenido que marchar fuera. Creo que todavía se tardará años hasta que vuelva a ser una profesión tan bonita como era, a la que tanto ha afectado la crisis.

-Con estas perspectivas, ¿qué se le puede inculcar a los alumnos?

-Cuando yo terminé, hace ya casi 40 años, había una crisis muy parecida a la que atravesamos ahora y lo que nos dijeron es que abriéramos nuestros estudios, innováramos con el producto y saliéramos a la calle a venderlo. No había trabajo, pero nos pusimos a investigar. Ahora también se les puede decir que intenten ser innovadores, que tengan en cuenta que el marco de su negocio no es España, sino el mundo entero, la aldea global. Hay que buscar el negocio allá donde esté, porque ningún cliente viene a llamar a la puerta de tu estudio. Además de tener fe, de una crisis como esta solo se sale trabajando.