La creencia católica de que los pecadores tenían que pasar por el Purgatorio antes de acudir al cielo o, de lo contrario, arderían en las llamas generó multitud de costumbres de manera ancestral que en provincias como la de Zamora han pervivido a lo largo de los siglos. Tradiciones como el montaje de catafalcos o túmulos funerarios que participaban en impactantes procesiones destinadas a mostrar a los fieles el terror del Infierno todavía hoy, siglo XXI, tienen lugar en algunos municipios.

En esta tenebrosa tradición, han jugado un papel esencial las cofradías de Ánimas. Los miembros de las hermandades que estos días tienen la mayor actividad del año se encargan de los preparativos para el viaje que su convecino inicia camino del más allá.

El culto a las benditas ánimas o como aliviar las penas del Infierno

«Entrabas en la Colegiata, iluminada con luz muy tenue, casi tenebrosa y escuchabas al sacerdote que mientras tocaba el clavicordio cantaba con voz grave: "Si tú estás ahí bailando/ Yo estoy aquí penando/ Sácame de aquí". Y te estremecías». Esto sucedía en Toro, donde la celebración del Día de Difuntos era una cita ineludible para los hermanos de la Cofradía de Jesús Nazareno y Ánimas de la Campanilla. «La limosna que recogían durante todo el año era destinada a la organización del novenario de ánimas», asegura el sacerdote toresano Bernardo Medina. Además, la cofradía tenía como obligación hacerse cargo del entierro de los indigentes y de celebrar el Oficio de Difuntos.

Túmulos y catafalcos recordaban a los vivos los sufrimientos que estaban pasando las almas de los muertos

Los catafalcos, conocidos también como túmulos funerarios son armazones de madera tallada o que se cubrían con telas y se erigían en los pueblos la noche del Viernes Santo y la de difuntos. El más impresionante y conocido en la provincia de Zamora quizá sea el de Rionegro del Puente, que tras su restauración, tomó parte en la exposición "Encrucijadas" que la Fundación Las Edades del Hombre celebró en Astorga. Se trata de una obra de madera de cinco metros de altura que fue realizada en 1722 por Tomás Montesino, por encargo de la Cofradía de los Falifos. El motivo era erigirlo el Lunes de Carballeda, día que se dedica a los cofrades difuntos.

Los mozos se reunían en la iglesia donde pasaban las horas tocando a muerto, rezando y comiendo castañas asadas

En la mayoría de los pueblos de la provincia la noche de difuntos, es decir, la noche del día 1 de noviembre, los mozos pasaban la noche en la Iglesia. «Se tocaba a muerto, se encordaba, toda la noche hasta que amanecía», recuerda Bernardo Medina. Los más jóvenes del pueblo, los mozos, pasaban la noche juntos, comiendo castañas asadas y a veces jugando a las cartas para matar el tiempo. «Era como un rito de iniciación», explica el sacerdote.