Hoy todas son deficitarias y es complicado justificar su existencia en una provincia con más de 150.000 teléfonos móviles. Hace falta echar la vista atrás un puñado de años para comprender la labor social que llevaban a cabo las cabinas telefónicas, pero no es necesario pensar en un futuro muy lejano para imaginar una ciudad sin ellas. De hecho, esto es lo que puede empezar a suceder a finales del año 2016, cuando el medio centenar de cabinas telefónicas que hay en la ciudad podrían decir, definitivamente, adiós.

Absolutamente ninguna cabina ni teléfono público resulta hoy rentable para la compañía que presta el servicio. Así las cosas, la causa de que aún hoy se mantengan es que están protegidas por ley. La normativa marca que los ciudadanos deben tener acceso en todo momento a los teléfonos públicos. Debe haber al menos una por cada 3.000 habitantes, dice la normativa. Una normativa que, si nada lo remedia, dejará de estar vigente el 31 de diciembre de 2016 y es que, salvo sorpresa mayúscula, el Ejecutivo no volverá a contratar este servicio.

Lo cierto es que la más que posible desaparición de las cabinas no alterará las comunicaciones, pero sí supondrá una variación importante en el paisaje urbano. De hecho, su posible retirada afectará a todos los barrios de la ciudad. Precisamente hay en todos los barrios porque esa era su función original, ser útiles a las comunicaciones. Pueden encontrarse en calles perdidas y en las zonas más céntricas de la capital, donde ocupan espacios muy transitados esperando a turistas necesitados de una llamada.

En España las cabinas no han alcanzado la categoría de símbolo que sí tienen en otros países, como las rojas del Reino Unido, blanco de fotografías de todos los turistas que visitan las islas. Más bien al contrario. Aunque es un fenómeno que ha ido a menos con el desuso de los teléfonos públicos, las cabinas han sido foco de vandalismo (ya nadie las fuerza porque no hay apenas nada en su interior). También han desempeñado las funciones de soporte publicitario, antes con más reclamo que ahora, cuando ya apenas se anuncia la compañía que es dueña del teléfono.

Sin embargo, han sido sumamente importantes en la historia de España. Cuando, en unas décadas, puedan verse en un museo, habrá que explicarles a los niños que su uso era fundamental en unos años donde los móviles no existían o eran tan caros que solo podían comprarlos los ricos. Y habrá que ponerles el célebre mediometraje de Antonio Mercero en el que José Luis López Vázquez quedaba encerrado en una cabina. Y habrá que decirles que Superlópez, la versión española de Superman, tenía que echar a algún ciudadano anónimo de cualquier cabina para entrar, cambiarse y salir vestido de superhéroe. A partir del 2017 Superlópez no tendría otra opción que salir ya cambiado de casa.