El polifacético bailaor Miguel Cañas recientemente ha actuado en Zamora de la mano la bailaora zamorana Alicia Almeida.

-¿Cómo surgió el actuar de manera conjunta?

-Tengo relación con ella desde hace muchos años, primeramente por su madre la bailaora Carmen Ledesma. Alicia ahora está en un momento artístico estupendo. Es una gran profesional y desde hace un tiempo buscamos un proyecto para bailar juntos. Surgió la posibilidad de hacerlo en Zamora y me pareció interesante.

-Usted ha fundado distintas compañías.

-Comencé a bailar con once años en el circuito profesional, aunque complementé mi formación en el conservatorio. Con el grupo de personas que más trato tenía profesionalmente fundamos una compañía «Danzahart», a finales de los 80. Finalmente se disolvió y cada uno los integrantes cogimos un camino distinto. No obstante, en 1995 volvimos a unirnos nuevamente. En esta segunda etapa se sumó Teresa Nieto y Antonio Canales y fundamos «Arrieritos». Hoy en día esta formación sigue vigente, aunque yo ya me he desvinculado de ella.

-¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Nieto y Canales?

-Maravillosa. Antonio es un genio del flamenco y una persona muy creativa. El momento que compartimos fue cuando montó «Torero», una de las obras más emblemáticas de la coreografía española y tuve la suerte de participar con él desde el principio. Posteriormente proseguí con Canales en otros proyectos como «La casa de Bernarda Alba», que lo hicimos en París. También he trabajado en la capital francesa con Sara Baras, con quien participé como artista invitado. Ella es una gran bailaora y una persona muy seria con el trabajo. De hecho es la primera persona que llega y la última que se va. Ella misma me eligió para formar parte de su equipo, lo que fue un gran honor.

-Ha dado clases en medio mundo. ¿Cómo se enseña flamenco en lugares tan distintos a alumnos tan dispares?

-Cuando impartes clases fuera de España los alumnos son adultos, fundamentalmente, que no llevan bailando más allá de siete años y es muy emocionante ver cómo han adoptado un compromiso. Han tomado la decisión de bailar y tienen que encontrar el lenguaje porque quieren sentirlo y emocionar cuando danzan. Donde más complicado me resultó la labor de docencia y donde también más he aprendido ha sido en Japón. Allí tuve una experiencia pedagógicamente increíble. Di clases a personas que se levantaban a las cuatro de la madrugada para trabajar y llegaban a mis clases a las once de la noche. Realmente creo que fue un regalo que recibí hace siete años y es gratificante que ese grupo, tras el tiempo que ha pasado, siga bailando. Esta actitud me hace renovar mi compromiso con el baile que es lo que me permite comunicar.

-El flamenco es...

-Es, ante todo, libertad para expresar. Significa poder contar muchas historias y poder emocionar a través del cante, el baile y el toque. Desde mi punto de vista el arte es la forma de conectar con todo lo divino, ya sea Dios, en quien creo mucho, o el Universo. El flamenco me emociona y comunica desde lo más honesto de intérprete, desde lo más básico que tiene uno y desde ahí comienza a desarrollarse de ahí que tenga las vertientes de muy alegre, muy alegro o bien muy triste. Me parece que habla de lo que significa el ser humano.

-También es bailarín de contemporáneo.

-Yo me inicié en el flamenco y posteriormente comencé en el conservatorio, donde me enseñaron técnica de clásico, de baile español y flamenco. Trabajé con Teresa Nieto, que es una gran bailarina y coreógrafa de contemporáneo, durante cinco años en su compañía y luego dos años en una formación en Nueva York.

-Entre flamenco y contemporáneo, ¿qué estilo prefiere?

-El flamenco para ejecutarlo yo, pues me da muchas satisfacciones. Como espectáculo me emociona cualquier manifestación que sea honesta. Me gusta mucho bailar, pero dirigir coreografías me tira cada vez más. Me gusta mucho crear y entender a la persona que lo va a bailar sobre el escenario.

-El flamenco es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco. Este reconocimiento, ¿lo ha favorecido?

-Creo que, de momento, no demasiado. Todavía estamos esperando un boom. (Risas). No obstante, ha hecho que el visitante cuando llega a España lo demande más. El pasado año en la Comunidad de Madrid se generó un volumen de mercado de 600 millones de euros alrededor del turismo y una importante partida correspondió al flamenco. La demanda y el beneficio llegan a los espacios, pero no tanto a los artistas. Además no se ceden espacios para ensayar, cuando hay que tener en cuenta que el arte cultiva el alma. El flamenco fuera de España atraviesa un momento muy bueno, mientras que en nuestro país el volumen de mercado es muy reducido. Actualmente existen compañías con mucho nivel y talento que se están haciendo muy buenas propuestas que no llegan tanto como deberían. Tenemos que intentar que el centro de flamenco vuelva a ser España y no se encuentre en París, Nueva York o bien en México. No es normal que haya más compañía y academias de flamenco en Río de Janeiro que en Jerez de la Frontera. Eso habla del volumen de mercado y la difusión que tiene este arte fuera de España.

-¿Cómo podría lograrse que España vuelva a ser el epicentro de este arte?

-Creo que debería hacerse a través de ayudas gubernamentales y la difusión por parte de las entidades que tienen el poder y los contactos para realizarlo. La difusión cultural de un país dice mucho de él. Creo que esta petición de apoyo es extensible a las jotas, las danzas vascas, la muñeira o la sardana. Son manifestaciones muy ricas que son más desconocidas. Es una herencia cultural riquísima que se valora en todo el mundo.

Alemania, 1971

Nació en Alemania porque sus padres eran emigrantes. No recuerda cuando fue la primera vez que bailó, aunque en su memoria tiene claro su debut profesional fue cuando contaba con 11 años en la compañía de «Luisillo». Ha fundado cuatro compañías y ha trabajado como coreógrafo y artista invitado con Sara Varas y Antonio Canales. Ha impartido clases de flamenco en Nueva York, Buenos Aires, Porto Alegre, París, Barcelona o Roma. Actualmente es profesor en una escuela de flamenco en Madrid. Ha sido seleccionado en varias ocasiones para el Premio Max de las artes escénicas, como mejor intérprete masculino de danza y otra como mejor actor por el musical «Tarantos».