En aquellos tiempos ocurrió en la legendaria ciudad de Zamora el asombroso caso de un bosque llamado Valorio que resultó estar embrujado o sometido a una peculiar maldición. Acaecía, en efecto, que era el único bosque del mundo en el que cualquier obra de mejora que se acometiese en él tenía el efecto de no dejar huella alguna o en todo caso muy poca. Según la leyenda, los munícipes aprobaban cada dos por tres alguna mejora para el lugar, ya que era muy apreciado por los vecinos. Ponía, por ejemplo, bancos para sentarse. A las pocas semanas no queda ninguno o los que quedaban estaban destrozados.

- ¡Son los vándalos! -clamaba de inmediato el edil de bancos y zonas verdes.

Y los vecinos, muy enfadados, pedían mano dura contra esos vándalos, que al parecer eran naturales de un país llamado Vandalia, pues nadie reconoció nunca que fuesen habitantes de la propia ciudad. Al poco tiempo, algún munícipe ordenaba instalar columpios y farolas. Poco después, los columpios estaban rotos y las farolas apedreadas.

- ¡Es el gamberrismo juvenil! -clamaba de inmediato el edil de farolas y columpios.

Y los vecinos, muy enfadados, pedían mano dura contra los juveniles gamberros, que al parecer provenían de la lejana península de Gamberria, pues nunca se vio a ningún vecino pedir perdón por las que su hijo armaba. Así sucedía, en fin, con cualquier mejora que se intentaba en el mítico bosque de Valorio. Pero todo ello acabó siendo una anécdota en comparación con lo que ocurrió cuando los arreglos subieron de escala y llegaron hasta los 1,8 millones de euros, pongamos.

Por inverosímil que suene, esa cifra o más se gastó en cierta ocasión para acometer una reforma, remodelación o arreglo integral de aquel bosque urbano. Tanto dinero no salió de las arcas municipales, sino que se consiguió de la entonces aún fértil ubre europea, también llamada "fondos comunitarios". La maldición de Valorio demostró entonces toda su potencia, pues por más que las obras se prolongaron, por más que no faltaron testigos asegurando haber visto máquinas y gente trabajando en el lugar mucho tiempo, por más que se intentaron demostrar las mejoras hechas? A la postre, los paseantes habituales, pasado un escaso tiempo, no vieron un Valorio sustancialmente distinto al que existía antes de meter en él los casi dos millones de euros, que en pesetas hubieran sido trescientos millones.

Tan llamativo fue el caso que hasta la ubre europea se enteró y mandó inspectores autorizados para que comprobaran qué se había hecho en Valorio con los millones que concedió. A su regreso, los envidados dijeron:

- Pues verse, lo que se dice verse, tantos millones como debieran lo cierto es que no se ven. Y a los habitantes de Vandalia y Gamberria, que al parecer frecuentan mucho aquel bosque, tampoco les ha dado tiempo de destrozar tanta obra.

- ¡No cabe duda! -alegaron desde el Ayuntamiento-. ¡Valorio está embrujado!

Pero como todos los vecinos se habían quedado con una mosca gigante anidando en sus orejas, no tardaron los munícipes en pedir ayuda a otra administración hermana, que se llamaba Junta y se apellidaba de Castilla y León, para que pusiera otra vez 1,8 millones de euros en un nuevo plan integral de arreglo del bosque embrujado, alias Valorio. Así que volvieron las máquinas, los obreros y empezaron los trabajos.

Y según la leyenda, fue en esa fase, o quizá en otro intento posterior, cuando un trabajador hizo el hallazgo más inesperado. Llamó al jefe de obra, y éste al concejal de guardia, y éste a la alcaldesa:

- Mirad lo que hemos encontrado. Explica lo que estaba sucediendo en Valorio, donde desaparecían cuantas inversiones se destinaban a él. El dinero resulta que se iba por aquí...

Lo que había descubierto oculto entre la maleza era un gigantesco desagüe que no tenía tapón.

- Este desagüe es mágico -explicó más tarde un experto-. Por él solo se va el dinero de cualquier obra del bosque. Por eso nunca se notaban en él las mejoras.

La alcaldesa, pensativa, preguntó:

- ¿Y adónde iba a dar ese desagüe, si puede saberse?

- Casi mejor no saberlo -comentó en voz baja uno de sus ediles.

Y nada más se supo, en verdad, salvo que se mandó construir un gigantesco tapón para el desagüe de dinero del bosque y así nunca más volvieron a desaparecer las inversiones que periódicamente se destinaban a su mejora y conservación.

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