Solo aquel que desconoce la cara oscura de la soledad, la acepción en su peor grado, el sentimiento en toda su penumbra, anhela encontrarse solo. No son pocas las veces que se confunde independencia, libertad, reflexión o tranquilidad con soledad. Demasiados los entuertos entre desear un poco de espacio y querer estar solo. "Me gusta la soledad, me gusta estar solo", únicamente lo dirá aquel, seguramente joven e inexperto, que nunca haya tropezado de bruces con el abismo de la soledad. Este sentimiento se ceba especialmente en nuestros mayores, cuando los designios de la vida y el paso del tiempo los relegan a un segundo plano, a una existencia fuera de la mal llamada "vida activa", a la residencia y a la "La última reserva de los pieles rojas".

Este último lugar, una alegoría de los nuestros asilos contemporáneos, da nombre a la obra que interpretó el pasado viernes la compañía "Las Bernardas" en el Teatro Latorre. Allí, Elena y Clara, dos ancianas que conviven en una residencia de ancianos, descubren poco a poco los subterfugios de felicidad y amistad del devenir de una vida en soledad. El teatro no mostraba una platea llena, pero eso no impidió a actores y espectadores disfrutar de un aura de reciprocidad en la que público y personajes se transmitían los unos a los otros.

El ambiente vivido lo define mucho mejor Xiqui Rodríguez, director de "La última reserva de los pieles rojas". Rodríguez, que vive su particular idilio con el Latorre, ha ensayado, preestrenado y estrenado la gran mayoría de sus obras en las tablas toresanas: "el Teatro Latorre tiene algo especial, su cercanía entre espectador y escena crea algo difícil de explicar", señaló el director, que también afirmó que "volver a Toro es como regresar a casa".

Esta pieza de "Las Bernardas" no cuenta con una moraleja per sé, pero cada una de sus escenas se dibujan bajo el claro trasfondo de una máxima: carpe diem. Elena y Clara no pueden ser más diferentes, "en qué hora nos pusieron juntas". Llegaron a la residencia de una forma opuesta: una decidida a retirarse y otra obligada por su familia, prácticamente abandonada. No obstante, a pesar de las diferentes idiosincrasias que las dominan tienen algo en común: la necesidad mutua.

Ambas odian estar desterradas en una residencia, pero se necesitan la una a la otra hasta para cosas tan básicas como vestirse o subir una cremallera. También se necesitan a nivel psicológico, anhelan "un grado de conversación medianamente fluido con el que sostener sus tardes eternas", señala Xiqui Rodríguez. La ancianidad, la residencia, la ausencia de la familia y, sobre todo, el recuerdo de todas aquellas cosas que siempre postergaron y nunca realizaron son las teselas que van componiendo el marco de la soledad y la reivindicación del ahora, del presente y de disfrutar el día a día.

"Las Bernardas" surgió en el año 2003, cuando un grupo de alumnas que asistían a un curso de interpretación decidió interpretar "La Casa de Bernarda Alba", de Federico García Lorca.